viernes, 29 de agosto de 2014
jueves, 28 de agosto de 2014
La importancia de la moda española.
¡Hola a todos!
Si en la entrada anterior hablaba
de la rabia que me da que alguien hable sin conocimiento de causa, otra cosa
que también me altera bastante es lo poco que valoramos el pasado tan rico que
tenemos.
Ya que el medio desde el que me
dirijo a vosotros es un blog, nos centraremos en la cantidad de blogs que
existen sobre moda victoriana inglesa, moda dieciochesca francesa, moda
renacentista italiana o en su vertiente Tudor inglés. Y en contrapunto, lo poco
que hay sobre vestuario español. ¡Con todo lo que la moda española ha supuesto
en el desarrollo del arte vestimentario!
Hay cantidad de prendas que se
han inventado aquí en España, y son pocos los que conocen este hecho. Tendemos a
pensar que todas las modas han venido desde Francia, Italia, Inglaterra o Centro Europa. Pues no, España ha jugado un papel importantísimo en la
invención de muchas prendas que han llegado incluso a ser prototipo de una
época.
·
¿Dónde se inventa el verdugado? Un tipo de falda que está en boga en toda Europa a lo
largo de todo el siglo XVI. ¿Dónde se inspiran los franceses 200 años después
de su invención para crear el tontillo?
·
¿En qué prenda se inspiran nuevamente los
franceses para crear los paniers? Señores, 100 años antes,
las damas de la corte de Felipe IV ya usaban el guardainfante, una prenda que se asemeja y no poco a ese supuesto
invento francés.
·
No quiero ensañarme con los gabachos, pero
nuevamente encontramos una referencia española en los clásicos pliegues a lo “Watteau”
tan de moda en les robes a la francaise. En el libro de Juan de Alcega, encontramos patrones de monjiles con pliegues que nacen desde el hombro y caen por la
espalda. Y esto 150 años antes.
·
Las clásicas golas rizadas que tan de moda se pusieron a finales del XVI y
comienzos del XVII, también tienen un origen castellano. Si bien es cierto que
el hecho de adornarlas con encaje, tiene un origen flamenco. Pero, ¿a qué
corona pertenecía Flandes en aquella
época, si no a la Corona de Castilla?
Y amén de todo esto, no hay quien
me quite de la cabeza que incluso el corset, puede tener un origen
español. Si algo caracteriza al vestuario español, es la rigidez de sus formas.
El carácter de ropa de armadura que
tiene. No he encontrado información al respecto, tengo que seguir a la
búsqueda, porque estoy convencido de que el origen de esta prenda está en
España.
¡Un cordial saludo!
Pedrete Trigos.
martes, 26 de agosto de 2014
Desinformación.
¡Hola a todos!
Me encanta internet, reconozco
que es una herramienta de lo más útil. Acerca el conocimiento a cualquier lugar
del planeta, pone a disposición de cualquier usuario muchísima información que
antes quedaba casi vedada a unos cuantos. Es posible tener acceso desde el
salón de tu casa a muchísimos libros, estudios, tesis… que se encuentren en cualquier rincón del
mundo. Pero reconozcamos que en medio de ese maremágnum de datos, hay también
muchísima desinformación.
Así me quedo cuando leo lo que leo.
"La mantilla es una prenda que tiene su origen en la Semana Santa", es la última barbarie que acabo de leer.
Ocurre muchas veces que en el
estudio del vestido, como es el caso que nos ocupa, uno se encuentra con
determinadas “lagunas” llamémosle así,
en las cuales no se haya información o dato alguno. Pues bien, no se empeñe
nadie en rellenar esos huecos con la primera hipótesis que se le venga a la
mente. La historia debe estudiarse siempre desde un punto de vista científico,
con datos contrastados y resultados fidedignos. Los razonamientos a los cuales
uno pueda llegar, no deben tomarse al pie de la letra y convertirlos en
verdades incuestionables. Si algo bueno tiene la investigación, es que
cualquier día se puede descubrir algo nuevo, por lo cual hay que estar siempre
ojo avizor y tratar de no creerse uno con la verdad y el conocimiento absoluto.
Para un amateur de la historia
del vestido como soy yo, hace años resultaba imposible tener acceso a libros
donde se hablara de este tema. Encontrar en librerías, no ya del pueblo donde
resido, si no de Sevilla o Córdoba, libros sobre historia del vestido, era como
pretender encontrar una aguja en un pajar. Pocos libros sobre esta materia había
hace 20 años que se hubieran traducido al castellano. Y los pocos que había
eran ediciones que en muchos casos se encontraban descatalogadas debido a los
varios años que hacía de su publicación. Por eso que hoy con internet, muchos
aficionados podemos tener al alcance de la mano, información que antes nos
quedaba a años luz. Pero repito, en medio de esta información hay muchos
gazapos con los cuales hay que tener un especial cuidado. Por lo que le
recuerdo, querido lector, que contraste siempre la información que obtenga. No
se conforme con lo primero que lea; busque, dude, investigue, no se canse nunca
de aprender. Como dijo René Descartes:
“Daría todo lo que sé por la mitad de lo
que ignoro”.
¡Un cordial saludo!
Pedrete Trigos.
miércoles, 20 de agosto de 2014
Leyes suntuarias.
Hoy los cánones de estética han
variado y no poco, hoy se estila la gente delgada y alta, las pieles morenas. La
moda actual tiende también a la homogenización, la globalización ha contribuido
a ello. Pero antes cuando los medios de comunicación no eran tan rápidos como
hoy en día, la evolución de la moda era mucho más lenta. Y no solo la
climatología de cada país contribuía al empleo de tejidos más livianos o
gruesos para protegerse de las agresiones climatológicas. Si no que la propia
cultura e idiosincrasia de cada país aportaban caracteres a la moda de cada
lugar.
El lujo en la indumentaria se
tenía por prerrogativa de la aristocracia, identificable gracias a modas
vedadas a los demás. Con el fin de trocar este principio en regla
inquebrantable, e impedir «el ultrajante
y excesivo aparato de varias gentes contrario a su situación y categoría»,
se anunciaron varias leyes suntuarias destinadas a fijar la clase
de telas que la gente debía usar y cuánto podía gastar. Proclamadas por
pregoneros en calles y asambleas públicas, se señalaron, para cada condición
social y nivel de ingresos, las gradaciones exactas de tela, color, adornos de
piel, ornamentos y joyas. Se prohibió a los burgueses la posesión de vehículos
o el uso del armiño, y a los labradores cualquier color que no fuera el negro o
el pardo.
Los grands seigneurs,
dueños de múltiples feudos y castillos, no tenían dificultad en singularizarse.
Sus sobrevestes recamadas en oro, capas de terciopelo forradas de armiño,
jubones acuchillados, sus mangas colgantes, zapatos de largas puntas de
cordobán encarnado, sus anillos, guantes de gamuza y cinturones de los que
colgaban campanillas y cascabeles, y sus innumerables gorros, boinas hinchadas,
gorras de piel, capirotes, birretes, coronas de flores, turbantes y tocados de
todo género y forma, eran inimitables.
Paulatinamente con el tiempo, se
han ido arrinconando estas diferentes promulgaciones de leyes suntuarias, que las clases
dirigentes de toda la historia delimitaban su uso para mantener privilegios.
Pero esto es otra historia, una historia que cambió con la burguesía en la edad
moderna, pero que ocurría paralela a las rutas económicas, al auge de los imperios
y a las nuevas técnicas de elaboración de los tejidos.
Pedrete Trigos.
viernes, 15 de agosto de 2014
La basquiña y la mantilla.
“El temperamento, el clima, las
costumbres inveteradas que se han llegado a convertir en usos nacionales, han
establecido modas peculiares a una nación, las cuales jamás pertenecerán a
otra, y ni aun contribuirían al buen parecer de las damas. Sirvan de ejemplo la
mantilla, la basquiña y todos los trajes que se ciñen estrechamente al cuerpo,
los cuales nunca le darán a una extranjera el aire suelto y gracioso que a una
española.”
¡Hola a todos!
No tenía pensado hablar en este blog sobre la indumentaria del siglo
XVIII. Pero buscando información acerca del verdugado y el guardainfante, he
encontrado un maravillo artículo de Amelia Leira publicado en Museo
del Traje. Dicho artículo versa sobre lo que vino a denominarse a finales
del siglo XVIII y comienzos de XIX, como Traje Nacional. En él se
trata a la basquiña y la mantilla, dos
prendas genuinamente españolas. A continuación os dejo un extracto del mismo ya
que creo que entronca perfectamente con las dos entradas anteriores. Espero que
os resulte interesante.
La basquiña la define el Diccionario de Autoridades como una saya
larga que acompañaba a la casaca femenina. Pero el Diccionario de 1791 añade: “Pónese encima de toda la demás ropa y sirve
comúnmente para salir a la calle.”
Junto al vestido de moda a la francesa, y al vestido popular, hubo en España durante los últimos treinta años del siglo XVIII y los primeros
veinte del siglo XIX, un traje propio solamente de nuestro país, que llamó la
atención de los extranjeros que visitaron España en esta época y al que
llamaron el traje nacional español. Las españolas de las ciudades, fuese
cual fuese su clase social, se ponían siempre encima de sus demás vestidos,
para salir a la calle o para ir a la iglesia, una falda negra llamada basquiña
y se cubrían la cabeza y los hombros con la mantilla, negra o blanca; se
quitaban estos vestidos tan pronto entraban en una casa, aunque fuesen a permanecer
poco tiempo dentro de ella.
“La mayoría de las mujeres de
las clases altas han adoptado los trajes franceses, que son los que llevan en
sus casas y sus carruajes para ir a visitas, bailes y espectáculos públicos.
Únicamente se ponen el traje español cuando van por la calle o a la iglesia;
este traje hoy en día consiste en una especie de cuerpo o corsé, una falda
corta que apenas tapa el empeine, una mantilla en la cabeza que ha sustituido
al antiguo manto y oculta o descubre el rostro a voluntad, un rosario en una
mano y un abanico en la otra. Las mujeres españolas no llevan nunca la basquiña
dentro de casa, se la quitan tan pronto entran en ella y aún cuando llegan a
alguna casa en la que van a estar varias horas; llevan otra falda debajo, más
corta y adornada de diferentes formas. Algunas veces van vestidas totalmente a
la francesa, así que no tienen más que quitársela para aparecer completamente
vestidas.”
(Laborde, A.: A View of Spain, comprising a descriptive itinerary of esch
province, Londres, 1809)
La basquiña se llevaba generalmente con un cuerpo, que en los documentos
se llama jubón, término ya muy antiguo y que tenía un significado muy amplio.
Se aplicó en estos años a una prenda que se ceñía al cuerpo, con faldones
cortos, cerrada por delante y con mangas largas. Todas las mujeres las tenían;
eran prendas tan indispensables como las camisas y las enaguas, la ropa
interior que todas usaban.
Absolutamente todas las mujeres tenían basquiña y en general estaba confeccionada
con tela rica, grodetur o moer por lo general, aunque su propietaria fuera
modesta. Efectivamente, en las Cartas de Dote de las mujeres pobres, era
la prenda de más valor. Fue frecuente que tuvieran forro o medio forro de
color, de tafetán, generalmente. Como se la ponían para salir a la calle, pero
se la quitaban al entrar en su casa u otra ajena, era necesario llevar debajo otra
falda llamada guardapiés, si la tela era de algodón, o brial, si
era de seda. Las mujeres ricas que tenían coche las usaban con menos
frecuencia, puesto que iban poco por la calle, pero también las llevaban en
ocasiones y se gastaban mucho dinero en ellas. La tela de la que estaban hechas
las basquiñas y las mantillas cambiaba y la forma de las prendas también,
siguiendo los vaivenes de la moda.
La mantilla, según el Diccionario de Autoridades, es: “La cobertura de bayeta, grana u otra tela,
con las que las mujeres se cubren y abrigan; la cual desciende desde la cabeza
hasta más debajo de la cintura” (1732) Tradicionalmente era de lana o de seda,
y en invierno servía también de abrigo y era negra; en verano podía ser blanca.
“El traje de paseo de las
señoras no admite mucha variedad. A no ser que esté ardiendo la casa una mujer
no saldrá nunca a la calle sin unas enaguas de color negro, la basquiña, y un
ancho velo que le cae de la cabeza sobre los hombros y se cruza delante del
pecho a modo de chal al que damos el nombre de mantilla. Generalmente es de
seda, guarnecida alrededor con una ancha blonda. En las tardes de verano se
pueden ver algunas mantillas blancas pero ninguna mujer se atreverá a usarlas
por la mañana ni mucho menos a entrar en un templo con tan “profano” atuendo.
Un vistoso abanico es indispensable en todo tiempo, lo mismo dentro que fuera
de casa”.
(Cartas de España Madrid, 1972,
p. 84)
En los años cincuenta aparecen sobre todo en dotes modestas, y son de franela
o bayeta. A partir de los años sesenta se puso de moda hacerla de telas transparentes
como la muselina, una tela de algodón muy fina que los ingleses trajeron de la
India, y la mujer que no podía comprarla recurría a la estopilla, también fina,
pero mucho más basta.
La sospecha de que las mujeres españolas pudieran usar la basquiña y la mantilla
para pasar desapercibidas no la tenían solamente los extranjeros, también la
tenían los españoles y era motivo de preocupación: consideraban natural que
fueran con ellas por la calle, pero trataban de que no las usasen dentro de
lugares públicos.
“Cuando las señoras van a misa
van tan disfrazadas que no se las reconoce fácilmente. Su traje para la ocasión
es especial del país: todas se ponen la basquiña o falda de seda negra y la
mantilla que les sirve de doble propósito de capa o velo, de manera que pueden esconder
la cara cuando quieren, Así ataviadas están en perfecta libertad de ir donde
quieran.”
Todas las mujeres tienen basquiñas y mantillas en sus dotes, aunque las ricas
en mayor número. También en su mayoría, a juzgar por las Cartas de Dote, tienen
trajes de estilo francés, independientemente de su clase social: hay prendas de
estilo francés y prendas castizas tanto en las dotes de las señoras ricas como
en las de las muy modestas. La explicación a la existencia de prendas francesas
en dotes modestas estaría en que la ropa era entonces un bien importante, algo
que se usaba y aprovechaba hasta el fin, donándose o comprándose de segunda
mano. Muchas veces en los testamentos de señoras ricas, éstas dejaban sus ropas
a las criadas que les servían. De hecho, es difícil encontrar una prenda de
entonces que no haya sido retocada varias veces.
Fuentes: Museo del Traje.
jueves, 14 de agosto de 2014
El guardainfante y el tontillo.
¡Hola a todos! De nuevo aquí para hablar sobre historia del vestido. Como os prometí ayer, hoy vamos a hablar del guardainfante, esa falda que todos asociamos con el famoso cuadro "Las meninas", de Diego Velázquez.
La moda femenina, especialmente bajo los reinados de
Felipe IV y Carlos II, se distanció notablemente de la corriente europea. Las
españolas no renunciaron al verdugado, y sobre él fueron elaborando las
siluetas que precedieron al “guardainfante”, que hace su aparición alrededor de
los años treinta, no sin antes pasar por la crítica de los moralistas y
legisladores de la época.
La reina Isabel de Borbón, por Diego Velázquez. (1625).
Se llama guardainfante a una especie
de armazón redondo muy hueco hecho de varas flexibles unidas con
cintas utilizado en la cintura por las mujeres españolas durante el siglo XVII. En opinión de los contemporáneos, vino de Francia, al parecer por obra de
unos cómicos que actuaron en Madrid, cuando ya en este país había pasado de
moda. Se dio la curiosa circunstancia de que, en contra de lo que solía
suceder, no apareció primero en el traje de corte, para después generalizarse
entre el resto de los estamentos sociales, si no que su aparición y divulgación
se dio primero fuera del círculo cortesano. El modelo francés consistía en una plataforma de mimbre a la altura de
las caderas, pero las españolas lo convirtieron en un complicado armazón
realizado con aros de madera, alambre o hierro unidos entre sí con cintas o
cuerdas que se completaba en la parte superior con mimbre, crin y otros
materiales para enfatizar las caderas. El guardainfante se vestía sobre varias
enaguas y sobre él, a su vez, se ponía la pollera, falda interior realizada con
tejidos ricos de vistosos colores y a veces acolchada con lana para redondear
las caderas, encima de la cual se colocaba la falda exterior femenina llamada
basquiña. La basquiña a su vez, era
una falda exterior con pliegues en las caderas usada por las
damas españolas desde el siglo XVI al XIX. Normalmente era de
color negro y estaba asociada a las ceremonias más solemnes.
Junto a las crónicas históricas y literarias de la vida y costumbres
españolas en los siglos XVI y XVII, existe otro tipo de crónicas
plásticas, expresivas, directas, que se concretan en las obras de los pintores
españoles de aquellas centurias, así por ejemplo, en los cuadros de Velázquez,
pintor de la Corte de Felipe IV. En muchos de esos cuadros puede
observarse cumplidamente cómo unas figuras femeninas emergen, diríase, desde su
cintura, de los pomposos, desmesurados, casi gigantescos guardainfantes,
«artificio muy hueco (según lo definió el Diccionario de Autoridades),
hecho de alambres con cintas, que se ponían las mujeres en la cintura, y sobre
él se ponían las basquiña». Y antes, debajo del artificio, se habían puesto
varias faldas o refajos, y aún antes la blanca enagua... Tal acumulación de
prendas dificultaría, casi imposibilitaría a veces, por su tamaño, el paso por
las puertas de las mujeres así vestidas, y hasta tal extremo que, según una
relación contemporánea, citada por Rodríguez Villa en su
obra “La Corte y la Monarquía de España” según las noticias
contemporáneas: «Las mujeres ya no pueden pasar por las puertas de las
iglesias». Y surgirán las sátiras, inevitablemente, como la de Quevedo en
su soneto “Mujer puntiaguda con enaguas”, donde el
término enaguas aparece como sinónimo de guardainfante:
Si eres campana, ¿dónde está el badajo?;
si pirámide andante, vete a Egito;
si peonza al revés, trae sobrescrito;
si pan de azúcar, en Motril te encajo.
Como es lógico no todas las mujeres vestían con tan recargada prenda y es de suponer que se unía a la situación social de la persona. Basta recordar, a este respecto, la sencilla indumentaria de las mujeres que aparecen en el cuadro “Las hilanderas”, vestidas con una blusa o camisa y una larga falda.
El guardainfante, cuya
finalidad aparece claramente indicada en la misma palabra, sería llevado
también por moda, por incómoda moda, para la mujer que se lo ponía y también
para las personas que estaban próximas a ella. Una real pragmática prohibió su
uso, aunque con una cierta tolerancia y curiosas excepciones, como que se
permitiese el uso a “las mujeres que sean malas de sus personas y ganan
por ello”... Avanzado el siglo XVII, el guardainfante
desaparecerá definitivamente, pero por el procedimiento más eficaz: la llegada
de una nueva moda francesa mucho más cómoda. Dicha prenda se llamó: tontillo.
Unos versos de factura popular subrayarán el cambio:
Albricias, zagalas,
que destierran los guardainfantes,
albricias, zagalas,
que ha venido uso nuevo de Francia.
El tontillo fue una prenda que
se popularizó en España a finales del siglo XVII bajo el
reinado de Carlos II viniendo a sustituir al
aparatoso guardainfante propio del reinado de Felipe IV.
Su uso se extendió hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Las mujeres
llevaban el tontillo junto con el jubón y la basquiña.
La reina María Luisa de Orleans, por José García Hidalgo. (1679)
Alrededor de la década de los setenta el uso del guardainfante fue
relegado a las ceremonias muy especiales. El sacristán siguió desempeñando el papel de ahuecar las faldas, bajo
el reinado del último Austria; Carlos II, que en poco tiempo fue reemplazado
por el tontillo, armazón realizado con aros que se cosían en una falda; se
volvía a repetir el sistema de ensamblaje del verdugado. Junto a los armazones para ahuecar las faldas, el otro elemento que hay
que señalar como típico de la moda femenina fue la “cotilla”, prenda armada con
ballenas, determinante de la rigidez y tiesura del torso femenino. Se trata de
un artilugio surgido de los ideales de belleza del siglo XVI y que se mantuvo
durante todo el siglo XVII. La cotilla se vestía sobre la camisa interior
femenina, y sobre ella, el jubón. Con estas prendas, los cambios más notorios
afectaron a las mangas, escotes y peinados. El jubón era una prenda rígida que cubría desde los
hombros hasta la cintura y que estuvo en boga en España en los siglos
XV, XVI y XVII. Su aparición como parte del traje civil se data en el siglo XIV
pero su verdadero auge lo alcanzó en el siglo XVI en que se extendió desde
España a toda Europa.
Volviendo al tontillo, este se vestía debajo de la saya y sobre un buen número de enaguas. Con la aparición del tontillo, la moda española conservó su originalidad frente a la influencia francesa del resto de Europa. La influencia más notable se produjo sobre el jubón que abandonó las faldillas o haldetas, e incorporó un pronunciado pico en su parte anterior. Cuando esta prenda cruzó los Pirineos y se estableció en Francia en el siglo XVIII se denominó Panier, nombre que derivaba de paniers las cestas que colgaban a ambos lados de los animales de carga, convirtiéndose en una pieza importante en lo que se llamó robe à la française (vestido a la francesa).
Fuentes: El Siglo de las Luces y Museo del traje.
Volviendo al tontillo, este se vestía debajo de la saya y sobre un buen número de enaguas. Con la aparición del tontillo, la moda española conservó su originalidad frente a la influencia francesa del resto de Europa. La influencia más notable se produjo sobre el jubón que abandonó las faldillas o haldetas, e incorporó un pronunciado pico en su parte anterior. Cuando esta prenda cruzó los Pirineos y se estableció en Francia en el siglo XVIII se denominó Panier, nombre que derivaba de paniers las cestas que colgaban a ambos lados de los animales de carga, convirtiéndose en una pieza importante en lo que se llamó robe à la française (vestido a la francesa).
Fuentes: El Siglo de las Luces y Museo del traje.
miércoles, 13 de agosto de 2014
El verdugado.
¡Hola a todos!
Hoy vamos a hablar de una prenda femenina que estuvo en boga desde el siglo XV hasta comienzos del XVII, el verdugado, un tipo de saya
acampanada. Estaba formada por un
armazón de varas muy finas y flexibles (verdugos) cosidas a una falda cónica,
que le conferían su forma característica. Inventado en España, el
verdugado se extendió posteriormente a toda Europa. En Inglaterra
apareció en el 1545 y enseguida lo llevaron todas las mujeres de las clases
acomodadas (dado su elevado precio). A lo largo del siglo XVII, se dejó de
utilizar sustituyéndose por el mucho más aparatoso e incómodo guardainfante,
una especie de falda extremadamente ancha.
La infanta Isabel Clara Eugenia, por Alonso Sánchez Coello.
Se creé que la aparición del verdugado es la siguiente:
El hecho se remonta al año 1468 en la corte del
rey de Castilla que, entonces era Enrique IV,
controvertida figura que ha pasado a la historia con diversos sobrenombres,
siendo el más conocido el de “El Impotente”. Lo cierto es que, por aquel
entonces, el rey se había casado en segundas nupcias con Juana de
Portugal, prima suya, habiendo tenido por primera esposa, a su también
prima; Blanca de Navarra, cuyo matrimonio se vio anulado por no
haber sido consumado a pesar de trece años de matrimonio. Esta segunda esposa, Juana
de Portugal, fue bastante criticada en la corte tildándola de una dudosa
fidelidad, a pesar del marido que tenía. De hecho, cuando nació su primera
hija, también llamada Juana, la acusaron de haber sido concebida por uno de los
favoritos del rey, llamado Beltrán de la Cueva, lo que la atribuyó
el sobrenombre de “Juana la Beltraneja”, como ya es sabido. Cuando
quedó embarazada por segunda vez, trató de disimularlo el tiempo en que fue
posible, pero, según cuentan los cronistas de la época, llegó a inventar un
traje nuevo que disimulara su estado pujante. Así surgió el invento que hizo
moda. La reina Juana inventó un traje que llevaba una amplia falda armada
gracias a unos aros que, rígidos como eran, mantenían el tejido despegado del
cuerpo disimulando así la silueta y ocultando su secreto. Fue así como nació
el verdugado.
Al ver utilizando dicha prenda a la reina, las damas nobles
de la corte de Castilla empezaron a usar vestidos
exageradamente anchos, que mantenían rígidos alrededor de sus cuerpos mediante
varios aros que se cosían bajo la tela. Así muchas de ellas, a pesar de su
delgadez podían pasar por damas entradas en carnes, gracias a aquella suerte de
traje. No en vano esta moda se extendió a los reinos castellanos y también a los
de Aragón, aunque lo cierto es que fue muy criticado al principio,
por considerar llamativo su uso. De hecho en Valladolid llegó
a ser prohibido su uso por orden de la Iglesia, bajo pena de excomunión, por
entender que exageraba demasiado las caderas, resaltando las formas femeninas
que así destacaban en demasía. Cuando en los siguientes años se empezó a
difundir el uso del verdugo fuera del ámbito de la corte fue duramente
criticado por muchos hombres del clero y llegaron a culparlos de muchas de las
calamidades que asolaron el reino de Castilla. Hay que destacar la obra
de Fray Hernando de Talavera quien llegó a escribir en alguno
de sus tratados al menos doce razones por las que aquellas malévolas prendas
eran merecedoras de la pena de excomunión, al igual que sus portadoras. Lo
tildó de no ser provechoso, ya que el traje se hizo para cubrir y abrigar y, al
ser tan despegado ni abrigaba ni cubría. También dijo que eran trajes
deshonestos, ya que permitían que se vieran las piernas y los pies, que debían
estar ocultos. Por último lo tachó de feo y de provocar que
las mujeres parezcan feas y tan anchas como largas, pareciendo más
campanas que hembras.
La reina Margarita de Austria Estiria, por Juan Pantoja de la Cruz.
Confección:
Los verdugos o aros de mimbre que
daban nombre a la falda, se cosían en la parte externa de las mismas forrándose
con un tejido de distinto color y clase, sirviendo así también para adornarlas.
Se dice que estos aros vinieron a ser sustituidos por cercos de tela para que
la falda se ahuecara y no quedara del todo rígida, con lo que de alguna manera
imitaban los aros forrados y cosidos, con la misma función. Estos verdugos de
tela eran más flexibles y se llevaban sobre las enaguas o faldillas interiores
y bajo un traje abierto por delante, por lo que tan sólo se veían parcialmente.
En algunos casos llevaban ahuecadores o rellenos postizos para las caderas,
dando así más volumen a las faldas.
Se refleja el uso de los verdugos en la tesorería de
la Corte de los Reyes Católicos y hay datos desde 1482 hasta
1490 de la compra de tejidos para hacer verdugos a algunos briales y faldillas. Los
tejidos para los verdugos eran el raso, el damasco o el terciopelo,
combinándolos de distintas maneras. El colorido se entremezcla: negro con
verdugos naranjas, color carmín o blanco. Morado o carmín con verdugos
amarillos o blancos, o bien, verde con verdugos carmín o blanco. Parece que
esta moda tuvo su apogeo entre los años setenta y ochenta del siglo XV pero que
declinó su uso al poco de 1490, así lo prueba la testamentaría de la
reina Isabel la Católica, donde quedan relacionados todos los
trajes y alhajas que dejó, sin hacer referencia a prendas que llevasen verdugo.
Con posterioridad, ya en el siglo XVI, los verdugos dieron origen al
llamado verdugado español o falda de alcuza, debido a su semejanza con dicho recipiente para el aceite. En Italia se llamó “verdugate”,
en Francia fue conocido como “vertugade” y en Inglaterra se
conoció como “farthingale”. A lo largo del siglo XVII, se dejó de
utilizar sustituyéndose por el mucho más aparatoso e incómodo guardainfante,
una especie de falda extremadamente ancha.
Esta entrada está dedicada a mi querida amiga Carmen López Martí. La próxima estará dedicada al "guardainfante", por petición suya.
martes, 12 de agosto de 2014
El jubón.
El jubón es una
prenda rígida que cubría desde los hombros hasta la cintura y que estuvo en
boga en España en los siglos XV, XVI y XVII hasta que las túnicas más
largas o con vuelos de haldas y las casacas de influencia francesa se hicieron
más populares. Su aparición como parte del traje civil se data en el siglo XIV
pero su verdadero auge lo alcanzó en el siglo XVI en que se extendió desde
España a toda Europa. Se trataba de una prenda interior que se llevaba sobre la camisa y
que se unía a las calzas por medio de agujetas (cordones).
Encima de ella se vestía la ropilla con mangas o un coleto sin
ellas. Una de las partes características del jubón era su cuello rígido.
Durante el reinado de Felipe II y
Felipe III, el jubón y las calzas fueron las dos prendas obligadas en todos los
guardarropas masculinos. Sobre ellas los hombres podían vestir un coleto sin
mangas o una ropilla con ellas. Para cubrirse llevaron echadas sobre los hombros,
prendas cortas, como la capa, el herreruelo y el bohemio.
Si durante el siglo XVI y
concretamente durante el reinado de Felipe II, España fue la nación más
poderosa de Europa a todos los niveles, (político, territorial y económico)
durante el reinado de Felipe III se inicia la profunda recesión económica,
agravada por las campañas bélicas, la corrupción administrativa de su reinado y
las continuas pestes y malas cosechas. En el siglo XVI y coincidiendo con el reinado
de Felipe II se impuso en toda Europa el modo de vestir de los españoles, del
que cada país dio su versión particular. Con el reinado de Felipe III el
vestido español, en el ámbito europeo fue perdiendo importancia, a la par sin
duda que su economía. La moda española en este período tendía a aprisionar el
cuerpo, al reducir al mínimo los movimientos y a mantener erguida la cabeza. El
vestido español colaboró activamente en adoptar el lenguaje corporal que
caracterizaba a la sociedad española. Su hechura favorecía los movimientos
graves, sosegados y altivos, armonizando así con la fama que entonces tenían
los españoles dueños de medio mundo, de altaneros y orgullosos.
Como hemos visto, en la segunda
mitad del siglo XVI, la moda española se impone en toda Europa y el jubón como
prenda rígida contribuyó notablemente en
dar al torso masculino la tiesura y empaque que exigía la moda. Los patrones
que nos ofrece Juan de Alcega nos permiten conocer la hechura del jubón. En
ellos se observa cómo los delanteros se curvan para acoplarse al abombamiento
del torso. Este corte se había acentuado en los últimos años de la década de
los sesenta; venía a ser la expresión de una de las muchas influencias que el
traje militar ejerció sobre el traje civil, al tratar éste de reproducir la
forma de la coraza. Para modelar el torso, según la silueta de moda, el jubón
siguió forrándose con varias entretelas como venía siendo habitual.
El jubón era una de las prendas
de hechura más difícil y más costosa. Ello explica que existieran gremios
especializados de juboneros, independientes de los sastres. Se vestía siempre
sobre la camisa; cubría la mitad superior del cuerpo hasta la cintura, donde se
sujetaba a las calzas con las agujetas. Para darle rigidez se forraba con
varios lienzos. Los llamados jubones “fornidos” se rellenaban con borra o
algodón. Mediante estos procedimientos, el jubón ajustado, estirado y armado,
modelaba el torso según la silueta de moda. De un hombre en calzas y en jubón
se decía que estaba desnudo. El jubón quedaba oculto por los otros vestidos;
sus partes visibles eran el “collar” tieso y duro rodeando el cuello y las
mangas.
Fuentes: Wikipedia y Museo del traje.
lunes, 11 de agosto de 2014
Los efectos de las calores de Agosto.
¡Hola a todos!
Me resultan curiosas las
reflexiones a las que termino llegando muchas veces, mientras me devano los
sesos tratando de descifrar las lagunas que en algunas ocasiones se dan en el estudio
de la historia de la moda. La desinformación con la que cuento en muchas casos me
predispone a creer ciertas ideas que tenía asumidas como verdades absolutas, y
que sin embargo se me terminan cayendo al suelo como castillos de naipes.
Don Juan de Austria niño, por
Alonso Sánchez Coello (c. 1559).
El modelo porta una breve lechuguilla
rizada y una cuera atacada, que deja ver el rico jubón bordado.
Hoy sin ir más lejos me he dado
de boca con que el jubón masculino era una prenda interior y que sobre él se llevaban
otras prendas exteriores. Se me hace increíble la cantidad de ropa que se
podía llevar superpuesta en otras épocas. Quizás es porque estamos en Agosto,
en plena calima sevillana y me imagino a mí mismo hace cuatrocientos años ataviado
con todas esas prendas y me entra miedo salir así a la calle. Camisa de manga
larga, jubón entretelado y forrado de tal forma que el cuerpo quede rígido como
el cartón, y sobre él una ropilla pongamos de seda, pero forrada y con cierto
cuerpo también. ¿Cuántas capas de tejido? Yo he perdido la cuenta… Supongo que
el calentamiento global no estaría haciendo los estragos que hace hoy en día,
pero aún así ¡qué fatigas más grandes!
El principe D. Carlos, por Alonso Sánchez Coello (1558)
Luce gregüescos acuchillados con bragueta y sobre los hombros un bohemio forrado de piel.
También he descubierto que los
calzones o gregüescos se ataban mediante agujetas al jubón. Ayer al probarme
los gregüescos vi que me quedaban algo anchos. Les ceñí la cincha trasera y aún
así, me resultaba algo incómodo andar con ellos sin que al poco rato se me
terminaran resbalando de la cintura.
Sí hay algo que caracteriza a la
moda española de aquella época es la pose esbelta y erguida de los españoles.
Aquellas prendas de cuerpos rígidos y cuellos altos les hacían caminar tiesos
como husos de rueca. No se puede caminar de otra manera. No era que España
fuera en aquel momento el centro del universo, aquel imperio de Felipe II en el
que nunca se ponía el sol, y esto llevara a los españoles a creerse el ombligo
del mundo. Es que es imposible moverse de otra forma con tales prendas. Supongo
que si se les caía algo al suelo, ahí lo dejaban, así fuera un tesoro. ¿Cómo agacharse
así vestido? Pues bien, yo caminando con mis gregüescos nuevos y estos cayéndose
a cada paso. Y mientras, me imaginaba a un caballero de aquella época y no
terminaba de verle ni con los calzones a medio trasero como los adolescentes
actuales, ni atacándose a cada momento. Así que me dije, esta gente tenía que
usar algo para ceñirse los calzones. Y
hete aquí que descubro que se los ataban al jubón. Ahora solo me falta
encontrar alguna ilustración dónde aparezcan dichas agujetas y añadírselas a
mis ropajes.
Y estas disertaciones o
disparates son los que te traigo, querido lector, en medio de este tórrido verano sevillano. ¡Hasta
la próxima entrada!
Pedrete Trigos.
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