¡Hola a todos!
No sé si alguna vez os habréis preguntado cual es el origen de la expresión "hacer la colada". Pues bien, viene de la costumbre de colar la ropa, sí la ropa se colaba en el lavado. Veréis, hoy disponemos de lejías, y demás productos químicos para conseguir el blanqueado de los tejidos. Pero ya nuestros antepasados contaban con medios para conseguir que la ropa blanca luciera de un blanco casi nuclear.
Las lavanderas, 1780. Francisco de Goya.
La palabra “colar” aparece
recogida en el Diccionario de la Real Academia como procedente del latín
colare, y con el significado de blanquear la ropa después de lavada, metiéndola
en lejía caliente. Como veremos, el proceso de la colada que realizaban
nuestras abuelas era algo diferente.
Para empezar, los tejidos no eran
los mismos que hoy en día. Aquellos eran más duros y mucho más difíciles de
adecentar. Tampoco se cambiaba tanto de ropa. La ropa blanca se utilizaba durante más tiempo que hoy, aunque ya estuviera un poco sucia.
Con lo que esta ropa, una vez mudada, se guardaba hasta poder hacer "la
colada" que se hacía en el mejor de los casos una vez al mes. Tanto en los
pueblos como en las ciudades, se disponía de lavaderos públicos o algún
riachuelo que permitían lavar la ropa. También se podía hacer en casa,
concretamente en el patio y en amplios lebrillos de barro y tabla de madera
llamada “restregadera”.
La tarea de la colada empezaba
por lavar la ropa con jabón sobre la tabla de lavar o lavadero, de esta forma y
después de mucho frotar sobre la superficie rugosa de la tabla, se le daba un
primer "ojo" a la ropa, para luego proceder a un primer enjuague. Esta ropa, una vez escurrida, se la introducía en una gran canasta de baretas,
que se asentaba sobre dos tiras de madera colocadas encima de un gran lebrillo.
Se empezaba por poner en el fondo una
pieza fuerte de lienzo. A continuación se colocaban en tongas las sábanas hasta terminar por
apilar sobre ellas las prendas más finas y delicadas, que siempre eran cubiertas por un
gran paño de gordillo (especie de lienzo grueso) que tendría que jugar el papel
de filtro. Sobre este paño se iba vertiendo agua caliente con lejía de ceniza, de tal manera que empapando todo el paquete de
ropa, escurría hacia abajo siendo recogida en el lebrillo. Esta misma agua se
hacía pasar una y otra vez, volviéndola a calentar y siempre rociando por
encima y recogiéndola por debajo. Realmente lo que se conseguía era una total
desinfección de la ropa, no solo se trataba de lavarla, sino en muchas
ocasiones, era necesario acabar con los piojos y liendres que traía la ropa.
Esta ropa blanca, había que
volver a lavarla y algunas veces darle más de un ojo hasta que se percibiera la
desaparición de las manchas. El proceso terminaba con un secado de toda la ropa
al sol llamado "asoleado". Era imprescindible que este le diera con
fuerza, siendo necesario tender la ropa en los tendederos y darle la vuelta en
ocasiones para que los rayos de sol ayudaran a la desinfección y a conseguir la
blancura necesaria. La necesidad de la azotea en las casas se hacía
imprescindible para este fin.
Preparación de la “lejihuela” o
lejía de ceniza.
La cantidad de ceniza a cocer
sería proporcional a la cantidad de ropa que habría que lavar; como ésta
siempre era grande, grande tenía que ser la cantidad de ceniza a emplear y que
previamente se había ido recogiendo de la cocina en que
ordinariamente se hacía el fuego para cocinar y que había sido colocado en un
lugar de la casa llamado “cenicero”. Para poder cocer esa gran cantidad de
ceniza se empleaban grandes calderas de cobre. Ahora bien, para hacer hervir el
agua en la caldera y en ella cocer la ceniza era necesario aplicarle un intenso
y prolongado fuego, cosa que se hacía al aire libre en un lugar donde no
molestara el viento y donde tuviera salida el humo intenso que se producía.
Preparación del jabón.
Al igual que la lejihuela, el
jabón también se preparaba en casa, utilizando (reciclando) el aceite usado para
freír, que se guardaba en una orza de barro. En un lebrillo se ponía
la sosa caustica a la cual se le iba añadiendo el agua, consiguiendo un liquido
(lejía caustica) al que se añadía cuidadosamente y moviendo en un solo sentido,
el aceite que ya no servía para freír. La pasta resultante se calentaba a
punto de ebullición, se dejada enfriar y en moldes de madera forrados con
papel, se dejaba cuajar. Antes de su total secado y endurecimiento, se procedía
a cortar en porciones con un alambre. Este jabón no solo servía para lavar la
ropa, también se usaba para fregar los platos, el suelo, aseo personal, etc.
Fuentes: Aproximación a la
cultura popular de Estepa de Juan Luis Gamito Jiménez - Diario de Cádiz - Fundación
Joaquín Díaz.