El vestido camisa o camisero, llamado así
por su parecido con una camisola de ropa interior, se convirtió en la moda
imperante a comienzos del S. XIX. Su simplicidad marcaba un fuerte contraste con los complicados
vestidos rococó de la era anterior. Se abandonaron las prendas de ropa interior
como el corset y el guardainfante, que habían sido imprescindibles para dar la
exagerada forma a los vestidos femeninos de la época rococó durante el siglo
anterior.
Las mujeres preferían llevar vestidos de
algodón blanco fino, casi transparente, con muy poca o ninguna ropa interior.
El vestido camisa, con su cintura alta y cuerpo y falda de una sola pieza,
tenía una línea clara y tubular. María Antonieta llevó un prototipo de este
tipo de vestido, que se dio en llamar chemise
à la reine, como puede verse en el retrato pintado por Elisabeth
Vigée-Lebrun (1783). Un retrato posterior, en este caso Madame Récamier, pintado por François Gérard (1802, Museo
Carnavalet, París), ilustra cómo esta forma de vestido se fue convirtiendo
gradualmente en el estilo neoclásico que homenajeaba las refinadas formas
geométricas de las antiguas Grecia y Roma. Se escogían materiales diáfanos como
la muselina, la gasa y el percal por su simplicidad. Estos tejidos también
sugerían que la función del vestido era cubrir y no modelar el cuerpo. El
camisero era emblemático de una conciencia estética recién desarrollada y de
los valores posrevolucionarios franceses. No obstante, el invierno europeo era
demasiado frío para el fino material del vestido camisa, así que se
popularizaron los chales de cachemira, que servían tanto para abrigar como para
adornar el vestido. Además, las prácticas prendas de estilo inglés, como el Spencer o bolero y el redingote,
ayudaban a protegerse del frío. Estas prendas exteriores mostraban una clara
influencia de los uniformes militares napoleónicos, que habían adoptado
atrevidos diseños para resaltar el valor de las tropas. Los chales de cachemira
procedentes de la auténtica región india de Cachemira se hicieron populares
cuando Napoleón los introdujo por primera vez en Francia tras su campaña
egipcia en 1799.
La estructura de este vestido continuó las
formas introducidas durante el periodo del Directorio, que se ceñía bajo
el busto y caía en una falda larga y recta, en forma de tubo hasta los pies. La
silueta de este nuevo estilo hacía innecesario el uso del corsé dado
que no se marcaba ya la cintura de forma tan ajustada como anteriormente. En
los primeros años del siglo XIX, el cuerpo del vestido se mantiene sencillo y
muestra ligereza, siguiendo el estilo directorio, con un escote recto y muy
bajo desde el cual salían las mangas. La falda caía desde la línea de costura
bajo el busto, haciéndose cada vez más estrecha hasta quedar un tubo recto de tela
que podía tener cola o no. Un elemento común, que se mantuvo hasta
aproximadamente 1813, fue el uso de escotes muy pronunciados, utilizados en los
vestidos de noche y también de tarde. Los tejidos empleados eran livianos como
la muselina, batista, linón, tul, algodón y gasas y
poco a poco retornaron las sedas. Para los chales se
utilizó tafetán, moiré y cachemira. Los colores eran
tenues, verdes, castaños, blanco y pasteles. Los bordados eran de símbolos
griegos y romanos, como los laureles y las grecas. Lentamente retornaron
los hilos metálicos y los de seda multicolor.
Con la autoproclamación de Napoleón
Bonaparte como Emperador de Francia, el traje imperio conoce su máximo
esplendor gracias a su mayor precursora, la Emperatriz Josefina. El cambio
político y la aparición de una nueva corte en París, influye de manera notable
en el vestido imperio. La muselina de algodón es sustituida por los tejidos
confeccionados en seda de Lyon con bordados en oro, la silueta del traje cambia
notablemente, aunque el talle de bajo del pecho, el color blanco y el aire
neoclásico persiste, el traje aumenta su vuelo, los escotes se vuelven
profundos, las mangas se establecen cortas y abombadas, además se le añade cola
por la parte de atrás, dándole así un aire mucho mas regio y distinguido. El
gran artífice del cambio del traje imperio fue Leroy, sastre de la emperatriz,
realzando así la blanca piel y la esbelta figura de Josefina.
A partir de 1806, aproximadamente, la
consolidación de la corte napoleónica propició el abandono de la sencillez del
Directorio, se pierde el aspecto de túnica, los vestidos se confeccionan de
forma más estructurada y se corta el cuerpo de forma más ajustada y se acompaña
de diversos cuellos y mangas de formas variadas. Entre estas, se introducen
detalles renacentistas como: mangas acuchilladas, lechuguillas y adornos
alrededor de los amplios escotes. También se empiezan a utilizar tejidos más
lujosos y menos ligeros. La ligereza del conjunto en los primeros años no impidió
que resurgiera el uso del corsé, hacia 1811, como prenda interior, oculta, que
no tenía como misión ya ajustar la cintura, sino que su principal objetivo era
abultar el pecho, que asomaba gracias a los generosos escotes. Igualmente
se comienza en esos años a adornar el extremo del escote con tejido en su
alrededor. Denominado por Von Boehn como cherruses y otros
autores como cherrusque, se trataba de una tira
de encaje o muselina ligera que, plegada o fruncida
adornaba el cuello. Gradualmente se fue exagerando su empleo. La sencillez
primitiva de los vestidos fue desapareciendo y fueron quedando ocultos detrás
de estos múltiples adornos que incluyeron también lechuguillas de grandes
dimensiones. También estuvo acompañado por diversos cuellos y mangas ajustadas
hasta el puño o manga globo, siempre acompañada de guantes.
Fuentes: MODA de
editorial Taschen.
Muy interesante tu blog. Gracias por compartir!
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