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martes, 31 de julio de 2018

Historia del abanico.

Leyenda japonesa.


   Ocurrió una noche calurosa en el hogar de un humilde artesano de abanicos, cuando un murciélago que entró por la ventana abierta fue a estrellarse contra la llama de un candil cuando el hombre lo trataba de espantar acuciado por su asustada mujer. Al día siguiente, la curiosidad del artesano le llevó a imitar las membranas plegables de las alas del murciélago en la elaboración de un abanico. Sea cierto o no tal origen, los más antiguos abanicos plegables japoneses se llaman «komori», que en japonés significa murciélago.

Leyenda china.


    Durante la festividad de las antorchas, la bella Kau-Si, hija de un mandarín, sofocada por el calor se quitó el antifaz que preservaba su intimidad, y con gesto nervioso y energía singular lo agitó ante su nariz llegando a formar una cortina que, además de lograr que su rostro siguiera invisible para los curiosos (por estar prohibida su visión a los hombres), refrescó el aire que la circundaba; el gesto atrevido, pero inteligente, fue imitado por el resto de las damas que la acompañaban, para general alivio.

lunes, 30 de julio de 2018

Jubón y casaca femeninos.

Para cubrir el cuerpo se usaba el jubón; corpiño muy ajustado. Estos cuerpos eran muy pequeños, de escote generoso y haldetas cortas. La espalda se cortaba en forma de trapecio, donde venían a ajustar los costadillos y los hombros. Las mangas eran ajustadas al brazo y el largo podía variar. Los tejidos más habituales eran los rasos y las sedas brocadas. Las costuras solían cubrirse con trencillas de lana o hilos metálicos. El escote al ser tan generoso se cubría con fichús de muselina o pañuelos de seda, siendo muy populares los denominados «pañuelos de llamas», llamados así por estar realizados en colores vivos y encendidos que recordaban las llamas del fuego.


La casaca era una prenda similar al jubón pero con faldón largo. Solían abrochar delante sobre un peto, prenda triangular que cubría el delantero del torso. Las mangas eran ajustadas y no llegaban a la muñeca. El puño se adornada con volantes de encaje, plisados y lazos. 

sábado, 28 de julio de 2018

La cotilla.

Diccionario de Autoridades.

Jubón sin mangas hecho de dos telas, embutido con barba de ballena, y pespuntado, sobre el cual se visten las mugeres el jubón o casaca, y trahen ajustado al cuerpo.

A lo largo de todo el siglo XVIII, la silueta de la mujer fue moldeada por las prendas de ropa interior, como la cotilla y el guardainfante. En la época rococó la parte superior de la cotilla fue bajando hasta dejar el pecho parcialmente al descubierto. La cotilla ya no comprimía todo el torso, sino más bien hacía subir el pecho, que asomaba entre un delicado remate de encaje en la parte del escote.


Este, pues, por sus pecados,
quiere a una niña de plata,
de estas de cotilla de oro,
y de tabí las enaguas.

viernes, 27 de julio de 2018

El guardainfante y el tontillo.

Diccionario de Autoridades.


Guardainfante. 1734

Cierto artificio mui hueco, hecho de alambres con cintas, que se ponían las mugeres en ña cintúra, y sobre él se ponían la basquiña.

Tontillo. 1739

Una especie de faldellín, ò guardapies, que udqn las mugeres, con aros de vallena, ù de otra materia, puestos à trechos, para que ahueque la demás ropa. Llamabase en lo antiguo Guardainfante.


La forma antigua del tontillo era acampanada, pero a medida que las faldas se fueron enganchando (hacia la mitad del siglo XVIII), se fue modificando y se dividió en dos mitades, a derecha e izquierda de la falda, dando paso al guardainfante. Aunque el enorme y poco práctico guardainfante era muchas veces objeto de caricatura, a las mujeres les encantaba esa moda. En la corte, el guardainfante ancho y la bata o vestido a la francesa, se convirtieron en elementos obligatorios de la indumentaria.

viernes, 20 de julio de 2018

Costumbres españolas. II


El traje de paseo de las señoras no admite mucha variedad. A no ser que esté ardiendo la casa una mujer no saldrá nunca a la calle sin unas enaguas de color negro, la basquiña, y un ancho velo que le cae de la cabeza sobre los hombros y se cruza delante del pecho a modo de chal al que damos el nombre de mantilla. Generalmente es de seda, guarnecida alrededor con una ancha blonda. En las tardes de verano se pueden ver algunas mantillas blancas pero ninguna mujer se atreverá a usarlas por la mañana ni mucho menos a entrar en un templo con tan “profano” atuendo. Un vistoso abanico es indispensable en todo tiempo, lo mismo dentro que fuera de casa».

(Cartas de España Madrid, 1972, p. 84)

La basquiña.


La basquiña la define el Diccionario de Autoridades en 1726 como: Ropa, ò saya que trahen las mugéres desde la cintúra al suelo, con sus pliegues, que hechos en la parte superiór forman la cintúra, y por la parte inferiór tiene mucho vuelo. Pónese encima de los guardapieses y demás ropa, y algunas tienen por detrás falda que arrastra. Pero el Diccionario de 1791 añade: «Pónese encima de toda la demás ropa y sirve comúnmente para salir a la calle».

En el último tercio del siglo XVIII aparece en España una forma de vestir que llamó la atención a los viajeros extranjeros y que vino a llamarse «traje nacional español». Dicha forma de vestir estuvo en uso hasta los años 20 del siglo XIX.

Las mujeres españolas, fuese cual fuese su clase social, se ponían siempre encima de sus demás vestidos, para ir a misa, de visita, de compras, o al paseo, una falda negra llamada basquiña y se cubrían la cabeza y los hombros con una mantilla, negra o blanca, (prendas que se quitaban tan pronto entraban en una casa, aunque fuesen a permanecer poco tiempo en ella).

Absolutamente todas las mujeres tenían basquiña y en general estaba confeccionada con un tejido más o menos suntuoso, dependiendo del poder adquisitivo de su propietaria, apareciendo en las Cartas de dote y testamentos, como la prenda de más valor. El color siempre era negro, aunque algunos ejemplares del siglo XVIII se encuentren también en color pardo. Por lo general se forraban con tafetán de color. Al ser una prenda de quita y pon, era necesario llevar debajo una saya o guardapies.

La basquiña se llevaba generalmente con un cuerpo muy ajustado denominado jubón, con faldones cortos, cerrado por delante, con amplio escote y mangas largas, aunque también podía llevarse sobre un brial.

jueves, 19 de julio de 2018

Brial.

Diccionario de Autoridades.


Género de vestido ò trage, de que usan las mugéres, que se ciñe y ata a la cintúra, y baxa en redondo hasta los pies, cubriendo todo el medio cuerpo: por cuya razón se llama también Guardapiés, ò Tapapiés, y de ordinário se hace de telas finas: como son los, rasos, brocádos de seda, oro, ò plata.

Covarrubias dice que antiguamente era vestidura de que solo usaban las Reínas y Señoras mui Ilustres, y que era su hechúra à manéra de monjil, como se prueba en la Historia del Rey Don Alonso el Septimo, donde se refiere que quando quitaron la vida por engáño à su hija, estaba vestida con briál.

miércoles, 18 de julio de 2018

Faldas.

Nuevamente vuelvo a traer varias acepciones del Diccionario de Autoridades.


Falda.

La parte del vestido talar, desde la cintúra abaxo: como la basquiña o brial de las mugeres. Dícese regularmente Faldas en plural.

Saya.

Ropa exterior con pliegues por la parte de arriba, que visten las mugéres, y baxa desde la cintura à los pies.

Faldellín.

Ropa interior que trahen las mugéres de la cintura abaxo, y tiene la abertúra por delante, y viene a ser lo mismo que lo que comunmente se llama Brial o guardapies.

lunes, 16 de julio de 2018

Diccionario de Autoridades. Prendas interiores.

Diccionario de Autoridades, 1732.


Medias.

La vestidura de la pierna, desde la rodilla abaxo. Llamose assí por ser la mitad de la calza que cubre también el muslo.

Ligas.

La cinta de seda, hilo, lana, cuero o otra matéria, con que se atan y asseguran las medias, para que no se caigan.

Enáguas.

Género de vestido hecho de lienzo blanco, a manera de guardapies, que baxa en redondo hasta los tovillos, y se ata por la cintúra, de que usan las mugeres, y le trahen ordinariamente debaxo de los demás vestidos.

sábado, 14 de julio de 2018

La camisa.

Diccionario de Autoridades 1729.


La vestidura de lienzo, fabricada regularmente de lino, que se pone en el cuerpo inmediata a la carne, y sobre la qual assientan los demás vestidos. Suele hacerse también de lienzo de cáñamo, como lo usan los rústicos: y aludiendo a esto, dice Covarrubias que algunos son de sentir se dixo Camísa de Cañamísa, por haver sido primero el uso del cáñamo, que el del líno. El P. Mariana, y Ambrósio de Morales sienten que es voz tomada de los Godos; pero lo mas verosimil parece haverse assí dicho del Latíno bárbaro Camísia, segun afirma San Isidoro.

lunes, 9 de julio de 2018

La mantilla.

La mantilla, según el Diccionario de Autoridades, es: «La cobertura de bayeta, grana u otra tela, con la que las mujeres se cubren y abrigan; la cual desciende desde la cabeza hasta más debajo de la cintura» (1732). Actualmente el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la define como: «Prenda de seda, blonda, lana u otro tejido, adornado a veces con tul o encaje que usan las mujeres para cubrirse la cabeza y los hombros en fiestas y actos solemnes».


La costumbre femenina de cubrirse la cabeza viene de tiempos remotos. Las damas de Elche y Baza, esculturas íberas realizadas  hacia el siglo VI a. C., lucen velo y peineta. Posteriormente, a lo largo de la Edad Media se siguieron utilizando en la Península Ibérica diferentes tipos de tocados para cubrirse la cabeza. Su uso se generalizó desde el siglo XVI siendo extensivo a todas las clases sociales; junto al rosario y el abanico, la mantilla era un atuendo obligado para salir a la calle ya que solamente las solteras podían llevar la cabeza descubierta, aunque lo normal era que también la usaran al igual que  las niñas pequeñas. No fue hasta principios del siglo XVII cuando se extendió su uso, y evolucionó para convertirse en pieza ornamental del vestuario femenino, sustituyéndose el paño por los encajes como así lo atestiguan algunos cuadros del pintor sevillano Velázquez. Sin embargo, su uso no se generalizó entre las mujeres de alta posición hasta bien entrado el siglo XVIII tal como se aprecia en numerosos cuadros de Francisco de Goya.


Su evolución se vio influenciada por diferentes factores de tipo social, religioso, e incluso climático; condicionando estos últimos el tipo de material utilizado para su confección. En la zona norte se empleaban tejidos tupidos con el fin de servir de abrigo; generalmente paño, llegando a veces a completar su elaboración con terciopelo, seda o abalorios. En la zona sur los materiales que se empleaban eran más finos y ligeros, dado que su uso se limitaba a proteger del sol o servir como elemento decorativo del vestuario femenino. Su decoración se elaboraba con cuidado en ambas zonas, siendo las de diario más sencillas que las de “fiesta”.


Para su confección se utilizaban todo tipo de tejidos más o menos ricos dependiendo de la capacidad económica de su poseedora, desde vastos linos a finos paños y bayetas, pasando por la franela, la sarga, el tafetán, la gasa, el raso o la seda; a veces una misma prenda  se confeccionaba con distintos tejidos uno para el anverso y otro para el reverso, por ejemplo mantillas de raso forradas de tafetán incluso de colores diferentes. Para sujetarla se usaban frecuentemente broches de plata. Las damas con posibles tenían varias mantillas, y aunque nos parezca sorprendente, los colores de moda en la época eran intensos. Entre los más comunes estaban los llamados carmesí, color de fuego, encarnado, color de ámbar y el verde. El efecto de las mujeres luciendo mantillas de tan vivos colores debía ser de lo más llamativo. A mediados del siglo XVIII se impusieron los tonos pastel, típicos del Rococó como el rosa o el celeste y hacia 1790 se comenzó a tender hacia el blanco o el negro, siendo  la muselina, tela de algodón muy liviana que provenía de La India, la gran protagonista.



Para enriquecer  la mantilla normalmente se guarnecía  con encajes blancos o negros por lo que  su precio se disparaba ya que la labor de los bolillos se realizaba exclusivamente a mano. Durante el siglo XVIII se produjo la gran eclosión del encaje, fue una moda que causó furor siendo los más apreciados las blondas francesas y los de Bruselas aunque también en España se elaboraban de gran calidad, sobre todo en Valencia y Cataluña. No solamente se guarnecían las mantillas con encaje sino también con hilo de plata o con galón de oro. Las más económicas que se han encontrado en las cartas de dote eran las de bayeta, su precio podía rondar los 10 reales, las de raso o seda estaban entre  los 60  y 200 reales, pero sin duda las más caras eran las de encaje de blonda francés, por ejemplo una mantilla de gasa negra a rayas guarnecida con blondas anchas de Francia costó 895 reales, una cifra verdaderamente elevada.