Durante el siglo XVIII, Francia fue
reconocida como líder mundial de la moda femenina. Esta reputación se consolidó
en el siglo siguiente y el país se convirtió en la autoridad indiscutible en
este terreno. Es en la segunda mitad del siglo XVIII, durante el reinado de
Luis XVI junto a su esposa María Antonieta y en pleno apogeo del rococó, cuando
el cambio en la moda empezó a fraguarse, antes incluso del cambio político
acaecido durante la Revolución, que inevitablemente influyó en la consolidación
del traje imperio. En esa época se introdujo en Francia el estilo inglés, de
aire campestre y algo bucólico pero bastante elegante y que supuso una
alternativa mucho más cómoda al encorsetado traje de corte francés, así que
algunas mujeres de la alta aristocracia comenzaron a utilizar la robe à
l´anglaise (vestido a la inglesa), conocido en España como vestido
vaquero, una chaqueta inspirada en el
redingote masculino y un vestido de canesú ajustado que caía por encima de unas
enaguas de crin de caballo en lugar del guardainfante ( estructura metálica
para ahuecar las faldas, característica del traje femenino en el siglo XVIII).
A esta relajación del vestir debido a la
influencia de la moda inglesa, contribuye Maria Antonieta con su chemise
à la reine, vestido camisero en forma de "T" confeccionado en
muselina de algodón y ajustado debajo del pecho con un fajín, que se usaba sin
necesidad de corsé ni miriñaque. Esta "camisa de la reina" fue
encargada por ella misma a su modista Rose Bertin, para poder sentirse cómoda
en el ambiente relajado que había creado en su "petit Trianon"
alejado del protocolo estricto que aún regía la corte de Luis XVI. Fue muy
criticada al posar vestida con esta prenda para ser retratada por Elisabeth
Vigée-Lebrun (1783), ya que muchos consideraban que iba en ropa interior lo que
resultaba obsceno. Sin duda la chemise à la reine fue el claro
antecesor del vestido imperio.
Durante el primer y caótico período
revolucionario tuvo lugar un cambio espectacular en la moda femenina. La
Revolución Francesa de 1789 provocó el desplome de la jerarquía social
tradicional y dio paso a una rica burguesía que caracterizó a la sociedad
francesa a lo largo del siglo XIX. Fue una revolución provocada por diversos
factores: el fracaso de la economía nacional, el creciente conflicto entre la
aristocracia y aquellos con prerrogativa real, el descontento de una mayoría de
ciudadanos frente a las clases más privilegiadas y una prolongada y severa
escasez de alimentos. Es por eso que corsés, miriñaques y pelucas
empolvadas, elementos tan característicos del absolutismo monárquico, son
desterrados del vestuario femenino, en pro de una moda revolucionaria que
desembocará en el vestido imperio con una clara influencia del neoclasicismo,
mucho más simple y menos ostentoso, de tejidos sencillos, muy acorde con los
ideales revolucionarios. Con el descubrimiento de Pompeya en 1748, las
esculturas descubiertas influyen de manera decisiva en el vestido imperio. Durante
el Directorio las mujeres en París parecían haber salido te templos romanos. En
contraposición al excesivo lujo en los adornos durante el Antiguo Régimen, se
ponen de moda pendientes, collares y brazaletes de cobre y bronce dónde se
engarzaban pequeñas piedras semipreciosas.
La Revolución adoptó una manera de vestir
como objeto de propaganda ideológica de la nueva era, y los revolucionarios
manifestaron su espíritu rebelde apropiándose de la indumentaria de las clases
bajas. Aquellos que todavía vestían ropas de seda extravagantes y de vivos
colores eran considerados antirrevolucionarios. En lugar del calzón
y las medias de seda que simbolizaban la nobleza, los revolucionarios se pusieron
pantalones largos llamados sans-culottes. Además del pantalón,
el simpatizante revolucionario lucía una casaca llamada carmagnole,
un gorro frigio, una escarapela tricolor y zuecos. Esta moda, que tiene su
origen en el gusto inglés, más sencillo, evolucionó hacia un estilo de casaca y
pantalón que posteriormente fue adoptado por el ciudadano del siglo XIX. Pero
no todo cambió en 1789. Si bien durante la revolución surgieron nuevos estilos
de moda que se sucedían rápidamente, reflejando la cambiante situación
política, el atuendo clásico, como el terno a la francesa, se seguía utilizando
como traje oficial de la corte. Las nuevas modas convivieron con las antiguas
durante todo el periodo revolucionario.
En algunos casos el caótico clima social
generó modas excéntricas. Los jóvenes franceses, en especial, adoptaron estilos
radicales, inusuales y frívolos. Durante el Terror, los muscadins,
un grupo de jóvenes contrarrevolucionarios, protestaron contra el nuevo orden y
se vistieron con excéntricas casacas negras de amplias solapas y grandes
corbatas. Siguiendo la misma línea de excentricidad, los petimetres (petit-maîtres),
llamados incroyables, aparecieron durante el periodo del
Directorio. Los cuellos extremadamente altos caracterizaban su vestimenta,
además de las grandes solapas dobladas hacia atrás, chalecos chillones,
corbatas anchas, calzones, cabello corto y bicornios en lugar de tricornios. Su
equivalente en femenino, las conocidas cómo merveilleuses, lucían
vestidos extremadamente finos y diáfanos, sin corsé ni guardainfantes. En las
ilustraciones de moda de la Gallerie of fashion (1794-1802,
Londres), De Nicolaus von Heideloff, se pueden ver vestidos redondos, así
como otros con la cintura situada bajo el busto y formados por corpiños y
faldas de una sola pieza. El vestido redondo más adelante se transformó en el
vestido camisa o camisero, el atuendo de algodón más popular de principios del
siglo XIX. Mientras que en Inglaterra la modernización fue debida a
la Revolución Industrial, la sociedad francesa recibió nuevos impulsos en
la última época del rococó gracias a la revolución política. Situada frente al
telón de fondo de tal malestar social, la moda europea avanzó hacia la nueva
modernidad.
Fuentes: MODA de editorial Taschen.
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