El traje de paseo de las señoras no admite mucha variedad. A no ser que esté ardiendo la casa una mujer no saldrá nunca a la calle sin unas enaguas de color negro, la basquiña, y un ancho velo que le cae de la cabeza sobre los hombros y se cruza delante del pecho a modo de chal al que damos el nombre de mantilla. Generalmente es de seda, guarnecida alrededor con una ancha blonda. En las tardes de verano se pueden ver algunas mantillas blancas pero ninguna mujer se atreverá a usarlas por la mañana ni mucho menos a entrar en un templo con tan “profano” atuendo. Un vistoso abanico es indispensable en todo tiempo, lo mismo dentro que fuera de casa».
(Cartas de España Madrid, 1972, p. 84)
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