lunes, 10 de marzo de 2025
Capítulo Primero
Capítulo Primero
Contexto Histórico y Marco Temporal:
El texto, ambientado en Madrid en 1802, refleja el ocaso del reinado de Carlos IV, marcado por la influencia de Manuel Godoy y las tensiones sucesorias entre el rey y su hijo, el futuro Fernando VII. Este período precede la invasión napoleónica (1808), donde las intrigas palaciegas y la decadencia de la monarquía borbónica se acentuaron.
GACETILLA DE SOCIEDAD
MADRID, AÑO DEL SEÑOR DE 1802
En el bullicioso entramado de la Villa y Corte, donde los secretos vuelan más rápido que una carta en manos del correo real, nos llega una nueva que bien merece tinta y atención. La tienda de antigüedades de Doña Antoñita Leicon, célebre por albergar desde reliquias hasta rumores de primer orden, ha sido escenario de un encuentro digno de zarzuela.
Su Majestad la Reina María Luisa de Parma, escoltada por su incondicional Manuel Godoy, hizo su inesperada aparición en el establecimiento, con la mirada de quien busca tesoros y la actitud de quien ya los posee todos. Se rumoreaba que su interés recaía en un espejo veneciano, aunque los más avispados sugieren que lo que realmente deseaba era asegurarse de que su reflejo todavía reinaba sin oposición.
Carlos IV, ajeno a toda intriga, se detuvo largo rato admirando un reloj de bronce, musitando para sí sobre su mecanismo con el fervor de un monje ante un códice sagrado. Nadie tuvo corazón para interrumpirle, pues bien se sabe que cuando el Rey se pierde en el tiempo, también lo hace su sentido de la realidad.
El Príncipe de Asturias, Don Fernando, apareció con su habitual expresión de "os vais a enterar", aunque la única que pareció enterarse fue la joven María Antonia de Nápoles, su consorte, quien, con su vestido negro y su mirada de biblioteca ambulante, dejó caer un comentario sobre la fugacidad del poder y la permanencia de los ideales, provocando el inmediato bostezo del monarca y la ceja alzada de Godoy.
Pero donde hay corona, hay chismorreo, y en esta ocasión no faltaron bocas dispuestas a avivar el fuego de la indiscreción. La Duquesa de Alba y la Duquesa de Osuna, esas eternas adversarias en el arte de la sutil puñalada verbal, se hallaban en plena disputa sobre la autenticidad de una estatua de mármol cuando apareció Pepita Tudó, quien, con la naturalidad de quien pisa firme en arenas movedizas, atrajo miradas y murmullos en igual proporción.
La Tirana, que nunca pierde oportunidad para hacer una entrada teatral, se lanzó a declamar un verso de Moratín, lo que le valió una inclinación de cabeza del dramaturgo, presente en la tienda con su eterna y pesimista pluma lista para transcribir la ridiculez de la nobleza.
Mientras tanto, en un rincón, Goya tomaba notas mentales para su próximo lienzo, con esa mirada de halcón que todo lo absorbe y transforma en pintura inmortal. No lejos de él, Don Andrés de Arteaga disertaba sobre el valor de la razón en tiempos de superstición, aunque su público principal era un gato que dormitaba sobre un incunable.
Y hablando de Leandro Fernández de Moratín, no perdió la ocasión para esbozar con su lengua afilada un comentario sobre la absurda afición de la corte por comprar objetos antiguos mientras sus ideas permanecen ancladas en el pasado. "Al menos estos muebles saben envejecer con dignidad", susurró al oído de Goya, quien soltó una carcajada silenciosa mientras esbozaba mentalmente un nuevo retrato en el que, según se dice, no faltarían ni coronas ni ridiculez.
Para cerrar la escena con broche de oro, irrumpió Pedro Romero, el torero de toreros, quien, con un ademán tan natural como regio, recogió una copa de vino de Jumilla ofrecida por Doña Antoñita y brindó por "las fieras que se lidian fuera de la plaza". Nadie osó preguntarle a qué fieras se refería, pero más de uno se removió en su asiento.
Así transcurrió la tarde en la tienda de la reina del desastre, donde se venden antigüedades, se compran favores y se intercambian rumores con la misma facilidad con que se brinda por el futuro... o se conspira contra él.
Se dice que Madrid nunca duerme, pero lo que es seguro, es que tampoco deja de hablar.
Conclusión:
El texto es un microcosmos de la España prenapoleónica: una élite enfrascada en trivialidades, ignorando su inminente colapso. Mediante la sátira, expone las contradicciones de un sistema que privilegia la apariencia sobre la sustancia, prefigurando las convulsiones políticas que marcarían el siglo XIX español.
---
Crónica de la Corte Madrileña
Gazeta de los Palacios, 15 de marzo de 1807
---
DE LOS AMORES, INTRIGAS Y FORTUNAS DEL EXCELSO PRÍNCIPE DE LA PAZ
¡Oh, lectores ilustrados y damiselas de fino oído! Permitid que esta pluma, humilde cronista de los salones y alcázares, os revele los prodigios —y escándalos— que orbitan en torno al ilustrísimo don Manuel Godoy y Álvarez de Faria, Duque de Alcudia, Príncipe de la Paz y Valido de Sus Majestades Católicas.
UN ASCENSO CELESTIAL... ¿O INFERNAL?
Nacido en Badajoz, cuna de hidalgos pobres y sueños ambiciosos, nuestro héroe —o villano, según se mire— escaló cual Ícaro moderno los cielos de la Corte. De guardia real a ministro omnipotente en un suspiro, sus enemigos murmuran que no fue el mérito, sino ciertos favores en los aposentos de la Reina, lo que le granjeó tal posición. ¡Ay, qué lengua viperina la de Madrid! Pero ¿quién puede negar que el Príncipe de la Paz, con su apostura marcial y modales de seda, hechizó a los soberanos? Carlos IV lo llama "hijo del alma", y la Reina María Luisa, dicen, le escribe cartas que ruborizarían a una novicia.
AMANTES Y TESOROS: EL VICIO DISFRAZADO DE VIRTUD
No contento con dominar el Consejo de Estado, el Príncipe colecciona beldades como otros coleccionan reliquias. Su esposa, la Condesa de Chinchón —sangre borbónica en sus venas—, languidece en palacio mientras él corteja a la fogosa Josefa Tudó, Pepita para los íntimos, cuyo talle de sílfide y labios de granate han inspirado sonetos... y maldiciones. ¡Y cómo brilla el oro en sus casacas! Se rumorea que sus arcas, hinchadas por monopolios y mercedes reales, rivalizan con las de Midas.
UN SALÓN DE MÁSCARAS
En los saraos de la Zarzuela, Godoy deslumbra con libreas bordadas en hilo de oro y pelucas empolvadas como nieve de enero. Los retratos del maestro Goya —ese genio atormentado— lo inmortalizan altivo, la mirada oblicua y el ceño de estadista. ¿Ilustrado? Sí: protege a músicos y poetas, funda escuelas y manda traducir a Voltaire (¡herejía para algunos frailes!). Pero sus detractores, el Duque de Alba y el Príncipe Fernando, lo tachan de "advenedizo", "corrupto" y "títere de Bonaparte".
PROFECÍAS DE UN OCASO
El vulgo susurra que su estrella se apaga. Las calles de Madrid corean coplas soeces: "Godoy, Godoy, / traidor a la Patria, / vendió a España / por una patata". Hasta los leales dudan: el Tratado de Fontainebleau, que permite a las tropas francesas cruzar España, ¿no es acaso un caballo de Troya? Y en Aranjuez, donde los reyes veranean entre fuentes y rosales, se masca la traición.
EPÍLOGO PARA LOS CURIOSOS
Así, queridos lectores, se teje la trama de este drama regio. ¿Farsante o genio? ¿Amante o tirano? El tiempo, juez severo, dará su veredicto. Mientras, esta Gazeta se inclina ante su magnificencia... y guarda tinta para narrar su caída.
— Firmado: Un caballero de probada discreción.
---
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario