lunes, 10 de marzo de 2025
Capítulo Quinto
Capítulo quinto.
Contexto:
El texto satiriza la Conspiración de El Escorial (1807), donde Fernando planeó derrocar a su padre y a Godoy. La corte era un hervidero de facciones, incompetencia y absurdos, que culminaron en las Abdicaciones de Bayona (1808), orquestadas por Napoleón.
GACETILLA DE SOCIEDAD
PALACIO REAL DE MADRID, AÑO DEL SEÑOR DE 1802
Si la corte de Carlos IV tuviera un pasatiempo más entretenido que la caza, sin duda sería la intriga. Y en los salones dorados del Palacio Real, donde las tapicerías disimulan más secretos que adornos, se fraguaba ayer una de esas conspiraciones con sabor a farsa.
El príncipe Fernando, que con apenas veintiún años ya conspiraba con el entusiasmo de un veterano, se paseaba por sus aposentos con un dramatismo digno de tragedia griega. A su lado, su esposa, la princesa Totó, con el luto perpetuo que llevaba como bandera, escuchaba con una ceja enarcada. "Totó, querida mía, el monstruo nos acecha", musitó Fernando, refiriéndose, como de costumbre, a Godoy.
"El monstruo, dices", respondió la princesa con una voz tan glacial como el ánima de un protocolo. "Pero díme, ¿cuál de todos? Porque en este palacio hay tantos que parece un bestiario."
Mientras tanto, en la antecámara, Don Andrés de Arteaga, el inigualable Marqués de los Guiñapos, mataba el tiempo en lo que más le complacía: escuchar y esparcir rumores con una elegancia propia de la alta nobleza. "Queridos míos, se dice que el príncipe se entrena para reinar, pero lo que en verdad hace es ensayar papeles para un drama que nadie ha escrito aún", comentó con aire grave. "Y sobre su esposa... bueno, ella sí que podría gobernar, si la tuberculosis y la paciencia se lo permitieran."
Godoy, por su parte, se hallaba en su despacho, meditando cómo seguir siendo el hombre más odiado y más indispensable de España al mismo tiempo. "El príncipe trama, la reina me protege, el rey no se entera... en fin, un día como cualquier otro", suspiró mientras firmaba un decreto que no leería nadie con interés.
El punto álgido de la jornada llegó cuando Fernando, en un arrebato de conspirador de sainete, envió una nota cifrada a sus aliados cortesanos. El mensaje, interceptado con facilidad por una sirvienta que lo usó para envolver dulces, revelaba un plan que ni el propio príncipe comprendía del todo. Cuando se descubrió la indiscreción, Godoy no pudo evitar reírse. "Al menos esta vez no me han acusado de intentar envenenar a nadie... ño, que aún es pronto para eso."
Al final del día, la corte de Carlos IV, entre enredos, chismes y maniobras torpes, probó una vez más que, en España, la política es un teatro en el que sobran actores y faltan guiones coherentes. Mientras tanto, Don Andrés se retiraba a su palacete de la calle del Turco, donde escribiría, entre sorbos de chocolate virreinal, su crónica de los hechos: "De monstruos y príncipes: un ensayo sobre la tragicomedia borbónica".
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Conclusión:
Este texto fusiona crítica histórica y humor, retratando la corte borbónica como un circo de vanidad e ineptitud. Su fuerza radica en humanizar a figuras históricas mediante el absurdo, resultando tanto entretenido como mordaz. Para quienes conocen la historia de España, es una reinvención ingeniosa; para otros, una puerta al caos de la época.
Crónica de Sociedad
Gazeta Palatina de Madrid, abril de 1808
De nuestro corresponsal en la Corte Real
Doña Mariana de la Encarnación
ILUSTRÍSIMO PÚBLICO,
Vuestra merced habrá de permitir que estas humildes líneas desvelen los sucesos más candentes que agitan los salones de Palacio, donde el Príncipe de Asturias, Don Fernando de Borbón, se erige en figura de perpetuo misterio y no menor escándalo.
EL PRÍNCIPE Y SUS INTELIGENCIAS
No es secreto para nadie, amable lector, que el joven Fernando, de veinticuatro abriles, ha urdido más tramas que comedias se representan en el Corral del Príncipe. Desde su encierro en El Escorial el año pasado —motivado por aquel asunto de venenos que tanto conmocionó a la Corte—, su alteza ha sido visto en conciliábulos con nobles de ceño fruncido y clérigos de mirar severo. ¡Qué diría su augusto padre, el Rey Carlos IV, si supiese que el heredero recibe en sus aposentos a cuantos despotrican contra el valido Godoy!
AMORES Y DESAMORES
En cuanto a su corazón, se murmura que la doncella Pepita Tudó, célebre por haber encendido los ardores del propio Godoy, ahora suspira por el príncipe. ¿Será cierto que Fernando la recibe a altas horas, envuelto en capa y sombrero, para pasearse por los jardines de Aranjuez? ¡Ay, qué ironía del destino que el hijo dispute al favorito real hasta en el terreno galante!
LA SOMBRA DE LA REINA MARÍA LUISA
No falta quien, en los mentideros de la Plaza Mayor, cuchichea que la Reina María Luisa de Parma ve en su vástago más a un rival que a un hijo. "¡Ese mozo tiene la soberbia de los Borbones y la astucia de los Farnesio!", dicen que exclamó Su Majestad tras descubrir que Fernando interceptaba sus cartas. Y aunque los médicos juran que el príncipe es sangre de Carlos IV, hay lenguas viperinas que susurran sobre ciertos rasgos compartidos con el señor Godoy...
DEVOCIÓN Y TEATRO
En materia de piedad, Don Fernando asiste a misa con tal puntualidad que hasta los frailes más rigorosos se sonrojan. Mas, ¡oh paradoja!, sus críticos aseguran que tras el rosario esconde más planes que rezos. "Reza como un santo y conspira como un veneciano", sentenció un embajador extranjero en confianza.
MODA Y VANIDAD
En lo que a elegancia atañe, el príncipe viste con el rigor de un hidalgo antiguo: casacas de terciopelo carmesí, bordados en oro y el Toisón colgado al cuello como si fuese un talismán. El pintor Don Francisco de Goya, que retrató su rostro redondo y mirada gélida, confesó en privado: "Pintarlo es como capturar a un lobo en traje de gala".
EL MOTÍN DE ARANJUEZ: ¿TRIUNFO O FARSA?
Los últimos días han sido de vértigo. Tras el motín que derrocó a Godoy y obligó al Rey a abdicar, Don Fernando cabalga ahora hacia Madrid entre vítores. Pero, ilustrísimo público, ¿no os parece sospechosa tanta algarabía? Corren rumores de que el príncipe pactó en secreto con el mismísimo Napoleón, a quien escribió cartas aduladoras firmadas como "su humilde servidor". ¡Qué lejos queda ya aquel joven que jugaba al escondite en los pasillos de La Granja!
EN CONCLUSIÓN
Sea héroe o felón, lo cierto es que Don Fernando VII de Borbón ha logrado lo imposible: ser el tema de conversación en tertulias, tabernas y hasta en los confesionarios. Mientras la Corona pende de un hilo, Madrid no tiene rey... pero sí un drama digno de Lope.
Vuestra servidora, Doña Mariana de la Encarnación
Desde el Salón de Espejos de Palacio Real
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Nota del redactor: Las opiniones aquí vertidas reflejan el sentir popular y no comprometen a esta Gazeta, fiel siempre a Su Majestad Católica.
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CRÓNICA DE SOCIEDAD
Gazeta Palatina de Madrid, 15 de octubre de 1805
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DE ITALIA A LA CORTE: LA PRINCESA DE ASTURIAS, PERLA MELANCÓLICA DE LOS BORBONES
En los salones de Palacio, donde el oro de los espejos rivaliza con el brillo de las joyas reales, una figura etérea ha capturado la atención de la nobleza madrileña. Su Alteza Real María Antonia de Borbón, Princesa de Asturias, llega a nuestro recuerdo no por el estruendo de sus fiestas, sino por el misterio que envuelve su persona, cual heroína de novela gótica.
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Llegada a la Corte: Un aura napolitana
Cuando en abril de 1802 desembarcó en Barcelona, proveniente de las costas doradas de Nápoles, la princesa —llamada cariñosamente Totó en su tierra natal— trajo consigo el rumor de los violines italianos y el perfume de los jardines de Caserta. Su porte, dicen las damas, era "delicado como el cristal de Bohemia", y sus ojos, "dos luceros velados por una tristeza inexplicable". Aunque vino a unir su sangre a la del Príncipe Don Fernando, pronto se supo que su corazón permanecía anclado allende los mares.
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Vestuario: El luto como divisa
Mientras las damas de la Reina María Luisa se engalanan con tafetanes color de rosa y diamantes de la India, la Princesa de Asturias ha hecho del negro su enseña. "Ni en los saraos más espléndidos ha abandonado su crespón", murmuran las comadres de la tertulia de la Duquesa de Osuna. ¿Es acaso duelo por sus hermanos, cuyas almas inocentes volaron al cielo en Nápoles? ¿O acaso un reproche silente a los excesos de nuestra época? Su traje, bordado con hilos de plata por modistas italianas, parece susurrar versos de Petrarca en medio del bullicio de las mascaradas.
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Intelecto y melancolía: Un alma entre libros
No es la Princesa de Asturias dada a los juegos de naipes ni a las cacerías en El Pardo. Se rumorea que en sus aposentos, entre cortinajes de terciopelo carmesí, pasa las horas leyendo obras de filosofía francesa —¡qué escándalo para los devotos!— y tocando el clavecín con una destreza que "haría palidecer a las musas", según confesó un embajador extranjero. Su Alteza, educada por la sabia Reina María Carolina de Nápoles, habla el francés con la elegancia de una dama versallesca y debate de política con una agudeza que desconcierta a los consejeros del Rey.
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Intrigas y sospechas: ¿Víctima o conspiradora?
En los corredores de Palacio, se cuchichea que la Princesa y el Príncipe Fernando urden en secreto contra el "favorito" Godoy, ese Ícaro moderno cuyas alas de cera se derriten ante el sol de la ambición. La Reina María Luisa, dicen, ve en su nuera una "serpiente en el jardín de las Hespérides", mientras los partidarios del Príncipe la aclaman como una nueva Judit, dispuesta a decapitar al Holofernes de la corte.
Y aunque algunos maldicen que su palidez es fruto de venenos sutiles —¡oh, fantasías de mentes calenturientas!—, los médicos reales aseguran que es la tisis, esa dama silenciosa, quien la reclama para su lecho de amapolas.
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Último acto: Adiós a "Totó"
Hace apenas un mes, en el teatro de Los Caños del Peral, Su Alteza apareció radiante en un vestido de terciopelo negro con encajes de Flandes, acompañando al Príncipe Fernando. Era, según un poeta anónimo, "como una estrella fugaz cruzando el firmamento de la corte". Hoy, sin embargo, se dice que su tos ha empeorado, y que sus paseos por el Jardín de la Isla son cada vez más breves.
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Epílogo para la posteridad
María Antonia de Borbón, Princesa de Asturias, no será recordada por bailar el fandango ni por coleccionar abanicos, sino por su trágica elegancia y su lucha silenciosa en un tablero de ajedrez donde las reinas son peones. Madrid, entre chismes y suspiros, aguarda el próximo capítulo de esta historia... que quizá la muerte escriba demasiado pronto.
— Firmado: Un caballero conocedor de los secretos palaciegos.
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[Nota del redactor: La Gazeta Palatina se abstiene de confirmar los rumores aquí expuestos, limitándose a reflejar el sentir de la alta sociedad.]
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