lunes, 10 de marzo de 2025
Capítulo Sexto
Capítulo sexto.
Contexto histórico:
La sátira anticipa la Guerra de la Independencia (1808) y el fin del Antiguo Régimen. La burla a Godoy (impopular en la realidad) y los bandidos reflejan ansiedades sobre el autoritarismo y el caos social.
GACETILLA DE SOCIEDAD
MADRID, AÑO DEL SEÑOR DE 1802
De entre todas las veladas de la temporada, pocas han sido tan esperadas (o temidas) como la tertulia celebrada anoche en casa de Don Andrés. Se prometía una noche de letras y pensamiento elevado, mas la realidad, como de costumbre en esta corte, prefirió tomar el sendero del desvarío. Lo que empezó como una cita de ilustrados terminó como un sainete con tintes de apocalipsis.
Apenas habían cruzado el umbral los invitados, cuando el anfitrión, con copa en mano y verbo encendido, los recibió con su habitual hospitalidad estridente. Entre los primeros en llegar, Don Leandro Fernández de Moratín, armado con su pluma y su perpetua resignación, traía consigo unos versos que esperaba leer sin interrupciones. Qué iluso.
Francisco de Goya, siempre alerta al esperpento de la sociedad, se aposentó en un rincón con su libreta, presto a inmortalizar la fauna presente. La Tirana, resplandeciente y locuaz, entró con ímpetu teatral, saludando a todos con reverencias exageradas y un abanico que parecía tener vida propia. Manuel Godoy, con su insuperable don de la injerencia, se apresuró a sentarse en el mejor lugar, armado con un volumen de filosofía que, con toda seguridad, no había leído.
La tertulia dio inicio con Don Andrés proclamando la supremacía del teatro nacional y dando paso a Moratín, quien, tras aclararse la garganta con gravedad, comenzó a leer un soneto sobre la moral y el decoro. Apenas iba por el segundo verso cuando La Tirana, incapaz de contenerse, se puso en pie y lo interpretó con tal dramatismo que hasta las cortinas se agitaron con la intensidad de su expresión.
“¡No es comedia, señora, es poesía!”, protestó Moratín, pero ya era tarde. Los asistentes aplaudían entre risas, mientras Goya esbozaba un retrato de la escena en el que el poeta aparecía con gesto de mártir y La Tirana con alas de serafín desatado.
Godoy, no queriendo quedar atrás, intervino con una reflexión sobre la relación entre la Ilustración y la geopolítica, hilvanando citas de filósofos que, sospechosamente, nadie recordaba haber leído jamás. Pedro Romero, el torero, ajeno a tales cuestiones, se dedicaba a degustar el vino de Jumilla con la paciencia de quien prefiere el peligro en la arena antes que en las tertulias.
La situación tomó un giro inesperado cuando irrumpieron en la sala dos pequeñas figuras que nadie esperaba: Luis Candelas y José María “El Tempranillo”, ambos de corta edad, pero ya diestros en la mala vida. “¡Al suelo, esto es un asalto… de biberones!”, chilló Candelas, blandiendo una cuchara de plata como si fuera una daga. Su cómplice, gateando con destreza, logró arrebatarle a Godoy la medalla de Príncipe de la Paz y la examinó con detenimiento. “¡Esto sabe a traición!”, exclamó antes de lanzarla al otro lado de la sala.
El caos se desató:
Moratín intentó recuperar el control de la velada recitando a Horacio, pero su voz quedó ahogada por las carcajadas de los presentes.
Pedro Romero, viendo el desorden, toreó con su capa a Luis Candelas, quien respondía con gritos de júbilo.
Goya, en éxtasis creativo, dibujó un boceto titulado “Saturno devorando una galleta”, con el loro disecado de Don Andrés en el papel del dios devorador.
La Tirana, subida a una silla, improvisó un monólogo trágico sobre el estado de la nación, mientras otra lámpara comenzaba a balancearse con ominoso presagio.
Al final, la velada concluyó cuando Don Andrés, alzando su copa, decretó: “¡Basta de letras, brindemos por la inmortalidad del desatino!”. Y todos, aún entre risas, no tuvieron más remedio que obedecer.
Así terminó una de las tertulias más memorables de Madrid. Y si alguien esperaba que el pensamiento ilustrado resplandeciera, encontró en su lugar una noche en la que el vino de Jumilla y la sátira se alzaron triunfantes.
EPÍLOGO: UN BROCHE DE ORO Y ESPANTO
Al día siguiente, aún con la resaca literaria en el aire, los protagonistas de la noche recibieron un inesperado mensaje: el mismísimo Francisco de Goya los convocaba en su taller. "Venid y veréis el retrato fiel de nuestra ilustradísima tertulia", decía la nota.
Intrigados, acudieron. Y allí estaba el lienzo: un cuadro monumental que capturaba con desmesurada genialidad cada detalle de la velada. Ahí estaban Moratín y su pluma, Godoy con su tratado a medio robar, La Tirana a punto de caer de la silla, Pedro Romero con la capa levantada como si toreara el destino mismo, y los pequeños bandidos en pañales reinando sobre el desorden.
—Se titula El triunfo de la razón —anunció Goya con sorna.
Los asistentes guardaron silencio. Luego, uno a uno, comenzaron a reír hasta que las paredes del taller temblaron.
—¡Majadero! ¡Esto acabará en la Academia! —exclamó Moratín entre carcajadas.—¡O en el exilio! —añadió Godoy, no tan divertido.
El cuadro nunca llegó a la Academia, pero sí sobrevivió en la memoria de todos como testimonio de que, en la corte de Carlos IV, la cultura era un sainete... y España, su eterno escenario.
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Conclusión:
El texto es una sátira histórica magistral que usa caricaturas para criticar la futilidad de la Ilustración en una sociedad resistente al cambio. Refleja la visión goyesca de la locura humana: las pretensiones de razón se ahogan en el absurdo.
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Crónica de Sociedad
Gaceta de los Chismotiles
Madrid, a 15 de Mayo de 1802
EL ILUSTRÍSIMO SEÑOR MARQUÉS DE LOS GUIÑAPOS, CONDE DE LOS CHISMOTILES, BRILLA EN SARAO SIN IGUAL
Por nuestro corresponsal en la Villa y Corte, Don Baltasar de la Lengua Viperina.
En esta muy noble y leal corte de Madrid, donde el sol de la ilustración alumbra hasta los más recónditos salones, no cesan de resonar los elogios hacia el excelentísimo señor Don Andrés de Arteaga-Lazcano y Palafox, X Marqués de los Guiñapos y XX Conde de los Chismotiles, cuyo palacete en la calle de El Turco fue, la pasada noche, teatro de un festejo que hubiera envanecido al mismísimo Apolo.
Festejos y Elegancia.
El insigne caballero, cuya apostura —dicen las damas— “emula a Marte en brío y a Ganímedes en dulzura”, recibió a lo más granado de nuestra sociedad en un sarao donde el lujo y el buen gusto rivalizaron con las estrellas. Los salones, iluminados por candelabros de plata traídos de las Indias, vieron desfilar a Su Excelencia ataviado con un "fraco" de terciopelo carmesí, bordado en hilo de oro por las monjas clarisas de Úbeda, y unos calzones que —¡oh prodigio!— suscitaron murmullos de envidia hasta en el Alcázar Real.
Tertulia de Ingenios.
Entre los ilustres invitados, destacó la presencia del ínclito pintor de cámara Don Francisco de Goya y Lucientes, quien, según fuentes bien informadas, exclamó: “Por el honor de mi pincel, jamás vi modelo más digno de un lienzo que este marqués”. No faltaron la excelsa Duquesa de Alba, radiante en tafetán azul y con un escote que desafiaba las leyes de la física y la moral, ni el docto Don Leandro Fernández de Moratín, quien declamó versos tan sutiles que hasta los lacayos suspiraban.
Manjares y Delicadezas.
En las mesas, dispuestas con primor, se sirvieron manjares que habrían hecho palidecer a los banquetes de Baco: perdices en salsa de almendras de Granada, chocolates espesos como el oro de Potosí y champán francés que burbujeaba cual risa de doncella. Mas no todo fue deleite terrenal: se rumorea que, en un aparte, el Conde de los Chismotiles intercambió “secretos de Estado” con la célebre actriz La Tirana, cuya voz, según dicen, “enternece hasta a los santos”.
¡Oh, Curiosidades!
Llamó la atención la ausencia de la Duquesa de Osuna, rival eterna de la de Alba en ingenio y joyeles. Fuentes cercanas al marqués aseguran que “Su Excelencia, en su infinita prudencia, recibió a ambas señoras en días alternos para evitar que el fuego de sus miradas incendiaran los tapices”. ¡Qué discreción, digna de un Talleyrand!
Entre Rumores y Perfumes.
Aunque el marqués, caballero de virtud inquebrantable, rehúye las murmuraciones, no pudieron evitarse ciertos cuchicheos sobre una colección de cartas “perfumadas con esencia de violeta” que, según malintencionados, le vinculan a cierta dama de la Casa de Borbón-Parma. ¡Fábulas!, exclamó un criado al ser interrogado: “Mi señor solo escribe con tinta púrpura… y para la Corona”.
Epílogo:
Al retirarse los carruajes al alba, quedó claro que el Marqués de los Guiñapos no es solo el árbitro de la elegancia madrileña, sino el alma de una corte donde el chisme se viste de poesía y la historia se escribe entre copas de cristal. Quien esto suscribe, atestigua: ¡No hay tertulia donde no se hable de él… ni chismotil que no lleve su nombre!
Post Scriptum:
Se comenta que ciertos documentos sobre sus hazañas, custodiados en el Archivo Colombino, fueron sustraídos por el temible José María El Tempranillo. ¡Lástima que tales tesoros acaben en manos de bandoleros… o envolviendo buñuelos en una venta de La Mancha!
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Fin de la Crónica
Publicado con licencia del Santo Oficio, para deleite de los que entienden de finuras y malicias.
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Don Andrés de Arteaga-Lazcano y Palafox, X Marqués de los Guiñapos y XX Conde de los Chismotiles. Conocido en los círculos ilustrados como El tito Andrés o El Fenómeno del Siglo. Personaje ficticio de la corte de Carlos IV de España (1788-1808)
Perfil histórico-ficticio:
Don Andrés es una creación satírica que encarna los excesos y contradicciones de la nobleza española del siglo XVIII. Aunque su existencia es imaginaria, su "biografía" se teje con elementos históricos reales (figuras como Goya, Moratín, la Duquesa de Alba, bandoleros célebres) para criticar, con humor absurdo, la frivolidad, la vanidad y la corrupción cortesana.
Títulos y linaje:
- X Marqués de los Guiñapos (alusión a lo insignificante tras la pompa nobiliaria).
- XX Conde de los Chismotiles (referencia a la decadencia de la corte).
- Miembro de una supuesta ilustre familia vasco-andaluza (apellidos Arteaga-Lazcano y Palafox).
Vida en la corte de Carlos IV:
- Servicio a la corona: Proclamado como leal "hasta la muerte", aunque su devoción se reduce a tertulias, bailes y gestionar chismes.
- Relación con los reyes: "Intachable", según fuentes ficticias, aunque nunca se aportan pruebas (cartas perfumadas "robadas por Luis Candelas").
- Amistades ilustres: Desde Goya (quien "lo retrataría con la elegancia de un césar") hasta toreros como Pedro Romero y actrices como La Tirana. Organizaba saraos en su palacete de la calle de El Turco, donde servía chocolate virreinal y champán francés.
Perfil personal del Marqués de los Guiñapos:
Personalidad:
- Culto y refinado: Dominaba el arte de "hablar sin decir nada", elogiado por su elocuencia vacía.
- Diplomático: Evitaba conflictos entre duquesas rivales (como la de Alba y la de Osuna) citándolas en días alternos.
- Vanidoso: Su vida giraba en torno a mantener una imagen de "perfección relicaria", aunque las "lenguas viperinas" lo acusaban de secretos inconfesables (nunca verificados).
Físico y vestimenta:
- "Apolo con toga": Según "testimonios", su rostro rivalizaba con el de Ganímedes, su cuerpo con el de Hércules y su elegancia con la de los césares romanos.
- Modisto involuntario: Vistió trajes tan extravagantes que, se rumorea, inspiraron los diseños más excéntricos de Goya para sus Caprichos.
Educación y talentos:
- Cultísimo, ilustradísimo y todos los "ísimos" que se puedan imaginar: Sabía citar a Voltaire en francés, recitar a Quevedo de memoria y discutir de tauromaquia con igual pasión.
- Políglota: Suspiros en italiano, halagos en francés y reproches en latín.
Vida social:
- Anfitrión de Madrid: Sus tertulias eran epicentro de la frivolidad cortesana. Se servían manjares, chismes y vinos, pero nunca se abordaban temas de Estado.
- Coleccionista de rumores y chismotiles: Su título de Conde de los Chismotiles no era honorífico: archivaba cotilleos en legajos que, irónicamente, fueron robados por bandoleros.
Secretos y controversias:
- Amantes: Oficialmente, "caballero de la cabeza a los pies", pero se murmuraba que La Tirana lo visitaba para "ensayar versos".
- Documentos perdidos: Sus cartas de amor "escritas con tinta púrpura" acabaron envolviendo churros o en un santuario sintoísta en Sierra Morena (según la versión más exótica).
Legado ficticio:
- Mito cortesano: Un símbolo de la España premoderna, donde la apariencia triunfaba sobre la realidad.
- Víctima de la historia: Sus hazañas se "perdieron" entre robos de bandoleros y desinterés de los archivos, parodiando la negligencia cultural española.
Frase atribuida (ficticia):
"En la corte, más vale un buen chismotil, que cien leyes ilustradas."
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Nota final: Don Andrés es un meme histórico, una crítica disfrazada de elogio a la España de Carlos IV, donde la decadencia política coexistía con el esplendor artístico. ¡Un personaje que, de haber existido, habría sido el "influencer" más famoso del Antiguo Régimen!
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