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lunes, 10 de marzo de 2025

Capítulo Segundo

Capítulo Segundo Contexto histórico y continuidad: Esta segunda crónica profundiza en el retrato satírico de la corte española, centrándose en la transacción de objetos falsos y verdades manipuladas. Si en la primera gacetilla se destacaba la decadencia monárquica, aquí se enfatiza el comercio de ilusiones como metáfora de un sistema político basado en el engaño. La tienda de Doña Antoñita Leicon opera ahora como un microcosmos donde la nobleza compra no solo antigüedades, sino también ficciones que refuerzan su autoridad frágil. GACETILLA DE SOCIEDAD MADRID, AÑO DEL SEÑOR DE 1802 Si la tienda de Doña Antoñita Leicon fuera un reino, su dueña sería sin duda una monarca absoluta… aunque con más deudas que súbditos. Sin embargo, ni las cuentas en rojo ni las miradas reprobatorias de los moralistas han logrado frenar su inquebrantable entusiasmo por el comercio de antigüedades (y, según malas lenguas, de información más valiosa que el oro). Pero profundicemos un poco más en tan insigne señora: LA ILUSTRÍSIMA DOÑA ANTOÑITA LEICON: PERLA DEL ARENAL Y DELIRIO DE LA CORTE Por el Barón de las Letras Menudas: Queridos y finos lectores, si vuestros oídos no han sido aún deleitados por los rumores que circundan acerca de la excelsa Doña Antoñita Leicon, dama murciana de gracejo sin par y dueña de la "Cámara de las Maravillas" en el barrio del Arenal, permitid que esta pluma os ilustre con los pormenores de tan singular personaje, joya de nuestra Villa y Corte. --- La tienda de los prodigios. En un rincón del Arenal, donde el sol se niega a entrar por respeto a su fulgor, se alza el establecimiento de Doña Antoñita: un vergel de "bibelots" y quimeras. Entre muebles lacados que susurran secretos de Oriente y porcelanas que juran ser de la dinastía Ming (aunque más bien parecen de Moñete, el alfarero de Vallecas), la dama recibe a Su Majestad la Reina María Luisa y a la encantadora princesa Totó, quienes, según dicen, han adornado los Reales Sitios con sus adquisiciones. ¡Y vaya adquisiciones! Cornucopias doradas que prometen abundancia, pero solo brindan polvo, y tapices que narran batallas… ¡jamás libradas! --- Moda, vapores y Jumilla. Doña Antoñita, cuyo guardarropa parece haberse confabulado con el sol, viste de un amarillo tan vibrante que hasta los canarios envidian su plumaje. Su rostro, menudo y enmarcado por bucles morenos, no es de aquellos que detienen a Apolo en su carroza, mas su porte —siempre levemente tambaleante, cual barquilla en el Manzanares— hipnotiza a cuanto duque, torero o maja se acerca. ¿Culpa del vino de Jumilla, que corre en su tienda más que el Tajo en primavera? Así se murmura en los mentideros… --- Saraos y sinsabores. La Leicon, mujer de trato afable y lengua más rápida que el correo de Burgos, es reina de los saraos. En sus tertulias, entre copas de cristal de La Granja, se tejen los chismes que luego adornan los oídos de medio Madrid. Se comenta que tiene más pleitos que un escribano en Cuaresma, y que sus amantes son como sus antigüedades: numerosos, pero de dudosa autenticidad. Eso sí, ¡nadie osa negarle el título de "Alteza de lo Frívolo"! --- Goya, el gran ausente. Aunque el genial Don Francisco de Goya y Lucientes no se ha dignado plasmarla en sus lienzos (¿acaso por miedo a que su amarillo opaque los tonos lúgubres de la corte?), en el mercado negro florecen retratos de la dama, atribuidos a "maestros desconocidos". En todos, aparece vestida de oro, con una copa en mano y una sonrisa que dice: «Aquí no hay documento que me atrape». Y razón no le falta: los papeles que hablaban de ella, escritos en papel teñido de rosa, ardieron en un incendio… ¡qué oportuno! --- Epílogo para suspicaces: Si algún lector desconfiado busca pruebas de su existencia, sepa que los únicos registros yacen en un monasterio copto perdido entre las montañas del Ampurdán. Lugar, por cierto, tan real como las virtudes de un político. --- FIN DE LA CRÓNICA Redacción de La Gaceta del Ocio, donde la mentira es un arte y la verdad… un accidente. --- La tarde de ayer, su establecimiento se convirtió, una vez más, en el epicentro del disparate cortesano. Todo comenzó cuando la mismísima Reina María Luisa de Parma irrumpió en el local con la firmeza de quien no pide permiso ni cuando entra en el paraíso. "Antoñita, querida, necesito un jarrón chino", proclamó la soberana, como si estuviera dictando una nueva ley de sucesión. Doña Antoñita, sin inmutarse, le señaló con un ademán teatral una pieza de dudoso origen oriental cuyo esmalte mostraba más grietas que la Hacienda Real. "De la dinastía Ming", aseguró con la seriedad de un obispo en sermón. Godoy, que la acompañaba con su acostumbrado aire de "aquí mando yo, pero disimulo", entrecerró los ojos y musitó: "Eso no es chino, es de Talavera". "¿Y acaso no está Talavera en Oriente?", replicó Antoñita sin perder la compostura. Carlos IV, absorto en la contemplación de un reloj de cuco que alguien tuvo la insensatez de colocar en su línea de visión, parecía haber encontrado su entretenimiento para el mes. "Maravilloso, esto sí es arte", murmuró mientras intentaba comprender el mecanismo con la misma expresión de desconcierto que emplea al leer los decretos de su propio gobierno. El Príncipe Fernando, en cambio, entró con la sutileza de un vendaval y el ceño fruncido de quien sospecha que en su ausencia han conspirado contra él (lo que, conociendo a su madre y a Godoy, era probablemente cierto). "Majestad, no sé si este es lugar para usted", murmuró en un vano intento de controlar la situación. "¡Oh, no os preocupéis, mi príncipe!", exclamó Antoñita con una reverencia exagerada, "tenemos piezas tan antiguas como la lealtad de algunos cortesanos". El comentario hizo toser a más de un presente. La Duquesa de Alba y la Duquesa de Osuna, como dos gallos en corral ajeno, no tardaron en convertir la tienda en su arena de combate. "Mi querida duquesa, ¿estáis segura de que ese collar os favorece?", dijo la Osuna con la dulzura de quien afila un cuchillo. "Oh, sin duda más que vuestras lecturas os favorecen en sociedad", replicó la Alba con una sonrisa tan afilada como sus corsés. Mientras tanto, La Tirana aprovechó la distracción para llevarse un abanico que, según ella, perteneció a una zarina rusa pero que Antoñita juraría haber adquirido en un mercadillo sevillano. Leandro Fernández de Moratín, siempre con la pluma lista para recoger la miseria humana en verso, asistía a la escena con una mezcla de horror y fascinación. "Si no fuera por la falta de decoro, pensaría que estoy en un ensayo de mi próxima comedia", murmuró a Goya, quien, desde un rincón, tomaba notas mentales para un cuadro en el que las caras de los presentes seguramente aparecerían más deformadas que un sueño febril. El clímax del despropósito llegó cuando Pedro Romero, el torero de toreros, alzó su copa de vino de Jumilla y declaró con voz tronante: "¡Por la valentía, ya sea en la plaza o en la corte!" Un brindis que, dadas las circunstancias, no se sabía si iba dirigido a los matadores o a los cortesanos que intentaban salir de la tienda sin deberle favores a Lady Antoñita. Y así, una vez más, la Reina del Desastre consiguió lo imposible: que la nobleza pagara por antiguallas con más historia inventada que un libro de memorias de un cortesano. La tienda cerró tarde, pero Madrid no duerme, y los rumores sobre lo ocurrido ya volaban por la ciudad con la velocidad de un correo real… o de una mentira bien contada. --- Conclusión: Esta gacetilla intensifica la crítica al presentar a la corte como un mercado de mentiras, donde todo se vende y nada es auténtico. La tienda de Antoñita, con sus "antiguallas de historia inventada", refleja una España que prefiere fabular su grandeza antes que enfrentar su decadencia. El texto no solo satiriza a la élite, sino que advierte sobre las consecuencias de construir un imperio sobre cimientos de engaño, presagiando el colapso que llegaría con la invasión napoleónica. Como en un cuadro de Goya, la escena es a la vez grotesca y tragicómica: un retrato inmortal de una sociedad que baila al borde del abismo. --- Doña Antoñita Leicon es un personaje ficticio creado con gran ingenio para satirizar y entretener, ambientado en la corte de Carlos IV de España (1788-1808). Aunque su historia se entreteje con elementos históricos reales, como referencias a la reina María Luisa de Parma, la princesa "Totó" o el vino de Jumilla, su existencia no está respaldada por registros históricos. ---

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